26 de junio de 2010

Todo pasa por algo...


Serían las 7 de la mañana y no podía dormir.
Sentada en mi lado de la cama, en la penumbra de la habitación, observaba a J.J. mientras dormía plácidamente.
Acostumbra a dormir "en escorzo": ni totalmente bocabajo, ni totalmente de lado. 


Una pierna estirada y la otra flexionada, los brazos bajo la almohada, la cabeza girada.  Me encanta observarlo, perder la mirada en su anatomía, mientras le acaricio la espalda, la nuca, el pelo...
A veces, en sueños, él nota mis caricias y se mueve ligeramente, se acurruca exhalando un leve gemido, como si fuera un animalillo.

Mirarlo mientras duerme me provoca tanta ternura como deseo: ternura por ese aire desvalido como de niño, que adopta cuando está profundamente dormido; y deseo, al ver su cuerpo semidesnudo, al respirar su aroma, al sentir la suavidad de su piel...

Y, mientras lo observaba, intentando adivinar qué sueños poblarían su mente en ese preciso instante, pensaba en él: en lo importante que es para mí, en cómo llena mi vida, en todo lo que hemos vivido juntos, en lo mucho que le quiero.
Y el miedo que me da la simple idea de que algún día pueda desaparecer de mi vida.

Entonces, ha venido a mi mente el día que lo conocí.

Recuerdo perfectamente aquella tarde de diciembre de 2007. Él entró en la sala donde yo estaba, acompañado de un amigo. Pero sólo tuve ojos para él.
Me cautivó. Y no sólo eso: en aquel momento supe que era ÉL.

Era la primera vez que lo veía, pero lo "reconocí". No sé muy bien cómo explicarlo, porque a mí misma me cuesta entenderlo. Era como si lo hubiera visto ya en algún lugar y, desde entonces, hubiera estado esperándolo todo ese tiempo. Y por fin, ahí estaba ÉL. Nuestros caminos se habían cruzado.

Aunque, si lo analizaba bien, pensar en ello era sencillamente absurdo. De película de Hollywood.
En la vida real no pasan esas cosas.
La explicación era más simple que todo eso: me había sentido muy atraída por él y punto. Quizá él ni me había visto. Y quién sabe si alguna vez volveríamos a vernos. De hecho, pasaron muchos meses y muchas cosas entre aquella tarde y la primera noche que nos besamos.

Pero esta mañana, viéndolo dormir junto a mí, en nuestra cama, he sabido que no estaba equivocada.
Las cosas pasan por algo; nada es casual, aunque lo parezca a priori.

Hoy entiendo que todo lo que ocurrió en aquella época fue necesario para que, tanto él como yo, estuviéramos aquel día en aquel sitio y nos encontráramos. Y para que luego siguiéramos coincidiendo.

Ahora sé con certeza que aquellas cosas, a veces incomprensibles (e incluso injustas) para mí, pasaron porque tenían que pasar. No podía ser de otra forma. Fueron los eslabones de una cadena imaginaria que nos estaba uniendo a él y a mí.

Por fin he comprendido que la vida estaba allanando el camino para que él me encontrara. Y para que esta mañana, como tantas desde hace ya un tiempo, estuviera durmiendo a mi lado.


22 de junio de 2010

El trikini que no amaba a las mujeres


No, no es el primo italiano del monstruo de las galletas. El trikini, (por si alguien no lo sabe aún) es esa prenda de moda de baño que podríamos definir como a medio camino entre el bañador y el bikini. En realidad, podría ser un bañador muy abierto por delante o un bikini cuyas dos partes se unen en el centro en una sola pieza, a la altura de la tripa.

El caso es que, un año más, según algunas revistas de moda, el trikini es el must del verano).
Sí, pues lo llevan claro, porque yo, desde luego, no pienso comprarme ninguno. Vamos, ¡¡ni jarta de Lacasitos!!

Porque, a menos te llames Gisele Bündchen y/o seas "ángel" de Victoria’s Secret (y creo que el 99% de las mujeres del planeta no lo somos), es matemáticamente imposible que te quede bien un trikini. Y si no, a ver: ¿a cuántas chicas veis en la playa con trikini? Yo veo bikinis, algún que otro bañador... ¿Pero trikinis? Sólo en las revistas de moda o en los desfiles de moda de baño.
Pero en la vida real nadie (o casi nadie) lo lleva. ¡Y no me extraña! Nadie tiene valor suficiente para ponerse uno e ir a la playa a lucir palmito tan tranquila. Si ni siquiera les queda bien a las celebrities, tan monas y esbeltas ellas (y si no, mirad esta foto de Rihanna con trikini. O_o).

¿Pero a quién se le ocurrió la idea de crear esa prenda horrorosa? Tuvo que ser alguien con muy mala leche, porque si hay algo que el trikini consigue a la perfección es acentuar los defectos: si tienes lorzas, al ir tan abierto por delante, te las maximiza (cosa que no sé por qué, no ocurre con el bikini, o al menos no de forma tan evidente); si tienes mucho pecho, te lo baja y te "elimina" la cintura (lo mismo que ocurre con el bañador, pero éste, al menos, recoge las mollas y estiliza más), si tienes las caderas anchas, parece que tengas cadera y media; si eres bajita, te hace culona; si no tienes una cinturita minúscula, ni lo intentes, porque parecerás un saco de patatas, sin formas... Sí: el efecto está entre el tipo botijo y el tipo campeona de halterofilia. Horror.

¿Dónde está, pues, la gracia del puñetero trikini si tienes que ser top-model para poder lucirlo con una cierta dignidad? ¿No se supone que es una “prenda sexy”? Sí, sexy de narices...

Además, ¡si sólo ya ponérselo es un show! Menos mal que no hay cámaras ocultas en los probadores (o eso espero), porque la última vez que, en un ejercicio de masoquismo sin precedentes, decidí probarme un trikini, aquello fue tremendo.

Y es que, un trikini, básicamente es un montón de tiras de lycra que no sabes muy bien cómo enfundarte. El bañador, al ser todo una pieza, está claro cómo va. Y el bikini, también: la parte de arriba está bien diferenciada de la de abajo.

¿Pero el trikini? Ah, eso es otra historia. Miras la foto de la modelo de la etiqueta para orientarte (como cuando haces un puzzle y necesitas mirar el modelo, a ver si vas por buen camino), pero es que no hay por dónde cogerlo. ¿Cómo c*** se pone esta cosa? Esto es más difícil que montar un mueble del IKEA. ¡Necesito el libro de instrucciones!

Cuando al final consigues ponértelo como toca, después de 8 intentos fallidos, llega la hora de la verdad: te miras en el espejo (metiendo un poquito de tripa, of course, para minimizar el impacto visual) y...: cualquier parecido entre tú y la chica de la foto con el mismo trikini (supuestamente), es pura coincidencia. Lo único que es idéntico es el color. Lo demás, es completamente diferente... Y por supuesto, en esa comparación (muy odiosa), siempre saldrá ganando la modelo de la foto (que pa' eso es modelo).

¿Cómo puedes llegar a odiar tanto a alguien que ni siquiera conoces? "Mírala: cómo sonríe, cómo sabe que le queda bien el trikini, la jodía..." (Sí: yo he tenido ese pensamiento tan absurdo como surrealista cuando me he probado un trikini).
¿Por qué a ella le queda tan bien y a mí tan mal? ¿No se supone que somos de la misma especie? ¿Humanas las dos, descendientes las dos de los primates? ¿No tenemos un genoma similar? ¿Entonces...?

Con estas reflexiones sobre genética, evolución de las especies y demás, (y con la autoestima por los suelos) salgo del probador de la tienda con esa prenda infernal que vuelvo a dejar en su percha. Pero estoy segura de que, detrás de mí, irá otra incauta a probárselo (y saldrá con el rabo entre las piernas, como yo 2 minutos antes). Y así, en un bucle sin fin. Pero el trikini se queda en la percha, eso seguro.

Yo ya me he plantado: me da igual que el trikini sea la prenda de moda de este verano (un año más). Yo seguiré fiel a mi bikini de toda la vida. El trikini se lo dejo a Adriana Lima y Cia. Yo, pasopalabra (o pasotrikini)

Que no tiene una edad para hacer tonterías ni el chichi cuerpo pa' farolillos (gracias Anónimo).
¡Hombre, ya! :(

20 de junio de 2010

Esas cosas tan bonitas como incómodas que solemos llevar las mujeres


Stilettos: objeto de deseo de fetichistas (y de Sarah Jessica Parker, que los colecciona por centenares), los zapatos de tacón de aguja de 10 cm o stilettos son los reyes indiscutibles del calzado femenino: sexys y elegantes, estilizan las piernas y la figura. Nos hacen ganar unos centímetros y pisar fuerte allá donde vamos. Sí, pero no todo son aspectos positivos...  Es mundialmente sabido que, cuando hablamos de zapatos, comodidad y estética están totalmente reñidas. Hay que elegir una u otra, así que si compramos unos stilettos, estamos apostando por la estética dejando a un lado la comodidad. 
Todas hemos sentido alguna vez un flechazo irresistible al ver ese par de zapatos monísimos (y carísimos) en el escaparate; atraídas por ellos hemos entrado en la tienda, nos los hemos probado durante un minuto (en el que ya hemos comprobado que no son especialmente cómodos, "pero ¿qué más da? Son ideales..."), y hemos decidido llevárnoslos, orgullosísimas, además, de nuestra compra. Si es que vamos a ser la envidia...


Peeeeero: llega el día del estreno, que suele ser una boda o un evento importante en el que nos toca llevar nuestros preciosos zapatos durante horas y horas... ¿Y cómo quedan nuestros pies al final del día, después de 10 horas aprisionados en esas máquinas de tortura firmadas por Manolo Blahnik? Los deditos forman un gurruño difícil de deshacer, la planta del pie arde, y los pies tienen más llagas que la cara de Freddy Krueger. (Y que no os engañen: esas plantillas de silicona que venden para que no nos hagan daño los zapatos, no sirven para nada. Gran putada).




Minifalda (o minivestido): la prenda más sexy, ideal para aquellas afortunadas de piernas kilométricas (entre las que NO me cuento).
Cuando Mary Quant creó la minifalda, allá por los años 60, provocó toda una revolución en el mundo de la moda y en la sociedad. Por primera vez en la Historia, las mujeres enseñaban las rodillas... y los muslos.  Ahora, a nadie le sorprende ver a una mujer con minifalda, pero en su momento, esta pequeña y mítica prenda levantó ampollas y supuso una liberación para millones de mujeres. Un acto de rebeldía contra los dictados de la rancia moral.
Aun así, cómoda, lo que se dice cómoda de llevar, no es.
Porque, vamos a ver: eso de tener que estar todo el rato pendiente de cómo te agachas, cómo te sientas, cómo cruzas las piernas... para que no se te vea más de lo que quieres mostrar es cansino, pero cansino...
¿Y salir de un coche con un cierto glamour, y sin enseñar el "código de barras"? Muy complicado. Si no eres contorsionista del Cirque du Soleil, mejor ni lo intentes.


 Esta chica es toda una profesional: sabe llevar con gracia stilettos y minifalda. Alucinante. O_o


Escote palabra de honor: lo popularizó la bellísima Rita Hayworth en esa magnífica película titulada Gilda. Desde entonces, y ya ha llovido bastante, su fama no ha decaído ni un ápice. Sin duda, es el "escote" por excelencia. Elegante como pocos, realza los hombros y el cuello, es uno de los preferidos por las celebrities y se ve a menudo en trajes de novia.
Peeeeeeeeeero: estar toooooooda la noche subiéndote el escote, como si fuera un tic, es un auténtico coñazo. Y lo peor es que sabes de sobra que no se te va a caer, (aunque no estás segura al 100%), pero aun así, no puedes evitar estar tocándotelo y subiéndotelo cada dos minutos (es automático e inconsciente) no sea que en un descuido... ZAS, enseñes más que Janet Jakson en la final de la Superbowl.
Bufffff. Para eso, mejor unos tirantes, ¿no?


4 versiones del palabra de honor

Lencería de encaje: ¿qué voy a decir que no se haya dicho ya de la lencería "picantona"? Pues eso: que es LA MÁS SEXY. Ideal para noches de pasión.
Llevar un conjuntito de La Perla te hace sentir taaaaaan femenina y taaaaaaan seductora... Una femme fatale. Te sube la moral y la autoestima. Tanto, que vas por la calle lista para "matar". Sí, es cierto. La lencería de encaje te hace sentirte como una diosa del sexo.
Sólo tiene un "pequeño" pero que le quita bastante glamour:  ¡¡¡PICAAAAAAAAAAAA!!!! Arggggghhhh...

Y es que es verdad: para presumir hay que sufrir. Y si no, que nos lo digan a nosotras...

13 de junio de 2010

10 cosas difíciles de entender


O, al menos, a mí me cuesta bastante entenderlas, asimilarlas o interpretarlas.
Vamos allá:

1.Las películas argentinas: ¿¿Pero vos sos loco, pelotudo??Mirá, no me seás boludo... la concha de tu maaaaaadre...". Hasta que no pasan 15 minutos, y empiezo a familiarizarme con el dialecto porteño, no entiendo de qué va la peli. Incluso he llegado a ponerme algunas pelis argentinas con subtítulos en español. Os lo juro: estudio quinto de ruso (sí, ya lo sé, soy una frikie) y me resulta más fácil entender Guerra y paz en ruso que a Ricardo Darín en Nueve reinas. Palabrita de frikie.

2. Los mapas de carreteras, planos o cualquier otra herramienta impresa que sirva para orientarse y llegar a algún lugar. ¿Será verdad que las mujeres somos de Venus y no entendemos los mapas, como afirman esos libros que siempre me he negado a leer porque inciden en el topicazo sexista?
A mí, al menos, siempre me han resultado muy confusos. Así que, desde que apareció el GPS en el mundo, mi vida es otra. Porque ya no sólo es difícil entender los mapas. ¿Y plegarlos después?


3. Las instrucciones de montaje de cualquier mueble del IKEA. Aunque sea un pequeño taburete. Sí, lo reconozco. La bricomanía no es lo mío. Y por cierto... a ver si estos suecos no se hacen el sueco y nos ponen por fin un IKEA en Valencia, ¡hombre ya!

4. Las reglas del fútbol, baloncesto, tenis... "¡Es fuera de juego, atontao!" "Es penalty clarísimo y el tío no lo pita...", "Tie break, venga, Rafa..." Oigo gritar a mi chico frente al televisor. Y yo no entiendo por qué es fuera de juego, si de verdad era penalty o qué c**** es un tie break. Así que me limito a darle la razón, como a los locos. Pero claro, así no hay emoción...


5. La carta o menú de un restaurante oriental: makis, dashi, buta jiru, wantan frito, gyouza, barazushi, ayam panggang... ¿?¿?¿?¿?¿? (Menos mal que, pida lo que pida, siempre está todo buenísimo...)

6. Los apuntes de otros. No sé por qué, pero en mi época de estudiante, siempre me pasaba esto. Si faltaba un día (o varios días) a clase y tenía que pedirle los apuntes a un compañero o compañera, por muy buena letra que tuviera, por muy ordenados y claros que estuvieran, nunca me he aclarado con apuntes ajenos. Esas abreviaturas innecesarias e ininteligibles, esas flechas, asteriscos, indicaciones y acotaciones que nunca sabías muy bien a qué hacían referencia... Moraleja: como los propios apuntes (por muy desordenados y caóticos que estén) no hay nada.


7. La letra del médico cuando te hace una receta: Amp;$gkjhgfkgpocthnfkjn%&$#@gklsgghs oikgslñamfslf%&$(@fogignfkgvskñgnskjhfrskskñ ... Sí, ni Champollion con la piedra Rosetta podría descifrar lo que pone. Pero lo que más me sorprende es que el farmacéutico siempre lo entiende. Y en cuestión de segundos. Un misterio.

8. Por qué los ingleses tienen que ir siempre al revés que el resto del mundo: conducen por la izquierda, están en la UE desde hace un montón de años pero no quieren cambiar la libra por el euro, miden en yardas, pies, pulgadas, millas, libras, onzas, con lo fácil que es el Sistema Métrico Decimal... ¡Qué manía con liar las cosas!


9. Los logaritmos, integrales, polinomios, ecuaciones, y en general, casi cualquier tema de matemáticas. Sí, siempre he sido muy negada para los números. Las mates me producen alergia. Qué le voy a hacer... soy de letras.

10. La psicología masculina. ¿Por qué actúan como actúan? ¿Por qué nunca sabes lo que están pensando? ¿Por qué es tan difícil entender a los hombres?


(Y por cierto... a ver si os animáis con la encuesta... No es tan difícil la pregunta que propongo, ¿no?)  ;)


12 de junio de 2010

Selección musical para masoquistas


El otro día comentaba con una amiga que hace unos meses lo dejó con su novio, lo masocas (musicalmente hablando), que podemos llegar a ser las personas cuando estamos atravesando una ruptura amorosa. 

A ver, por todos es sabido que el final de una relación, sea cual sea la causa de la misma, y sea quien sea el que tomó la decisión de ponerle fin, resulta siempre dolorosa y difícil de superar. A menos que tengas un corazón de hormigón armado, claro.

Se trata, pues, de hacer la cosa lo más llevadera posible, ¿no? Salir con amigos, distraerse, no ver películas romanticonas ni lacrimógenas, evitar los sitios que frecuentábamos con esa persona... y sobre todo: no escuchar canciones que nos recuerden constantemente lo mal que estamos y lo mucho que añoramos a esa persona.

Vale, en teoría debería ser así. Pero ¿qué hacemos en la práctica? Torturarnos escuchando canciones de DESAMOR una y otra vez.
Cuanto más triste y desgarradora sea la canción, cuanto más nos recuerde el dolor, cuanto más nos haga regodearnos en la tristeza... más veces le daremos al Play. No podemos evitarlo.
¿Es que nos gusta sufrir?

A mi amiga, por ejemplo, su hermano le tuvo que esconder los CD de Álex Ubago, Conchita y Brian Adams porque las primeras semanas después de la ruptura con su ex, se pasaba las tardes escuchándolos y llorando por su amor roto. Sí: para hacérselo mirar.

Pero que levante la mano el o la que no haya hecho nunca este ejercicio masoquista.
...
¿Lo veis? Vosotros también habéis caído en la tentación de escuchar esa canción "destroyer" que sabéis que nada más escuchar las primeras notas, ya os hace un nudo marinero en la garganta.

Aun así, voy a romper una lanza en favor de todos los masocas musicales que habitamos este planeta: cómo no vamos a escuchar canciones de desamor, si la mayoría de canciones hablan de este tema. Si es que nos lo ponen a huevo...

Sería más fácil superar una ruptura si no existieran en el mundo determinadas canciones. Como las 10 que os dejo a continuación.
10 canciones que todo aquel que haya vivido una ruptura reciente NO debería escuchar bajo ningún concepto en una temporada. 10 temas que el Ministerio de Sanidad debería prohibir a todos aquellos que estén sufriendo por amor (o desamor) porque son muy malas para la salud mental.

Ahí van... (avisados estáis):

1. WITH OR WITHOUT YOU - U2 

"With or without you
 With or without you...oh oh
 I can't live
 With or without you..."

Un clásico. La number 1.
La que no debe faltar en casa de ningún masoca del amor que se precie. Una joya musical que trasciende las épocas y las modas. Sin duda. Pero escucharla cuando lo estás pasando mal es como echarte vinagre en una herida abierta.
Aunque hay cierta discusión sobre si esta canción habla o no sobre una relación que se rompe, a mí siempre me lo ha parecido. Y, como tal, me ha hecho llorar en más de una ocasión. Porque, como dice Bono: "No puedo vivir ni contigo ni sin ti..."

 

2. ME CUESTA TANTO OLVIDARTE- MECANO

"Y aunque fui yo
quien decidió que ya no más.
Y no me canse de jurarte
que no habrá segunda parte,
Me cuesta tanto olvidarte..."

Esta canción ya ha aparecido en otra entrada de este blog. Sí, una preciosidad de canción, uno de los mejores temas que ha dado la música española. Pero nada recomendable en momentos de bajón. Sobre todo, si quien la escucha es quien puso fin a la relación, ya que le puede llevar a arrepentirse de esa decisión. Si ya se dio el paso, no tiene sentido mirar atrás. ¿Pa' qué machacarse?

Claro que es difícil olvidar un amor... Y con canciones como ésta, ni te cuento. Olvidaos de ponerla por un tiempo.




3. DÍAS DE VERANO - AMARAL

"Desde esos días de verano,
vivo en el reino de la soledad.
Y nunca vas a saber cómo me siento,
nadie va a adivinar cómo te recuerdo.
Si pienso en ti
siento que esta vida no es justa..."

Esto es regodearse en el dolor y lo demás son tonterías. Esta canción hay que evitarla a toda costa; desterrarla por un tiempo de nuestra estantería de CDs. No ayuda nada a pasar página. Sobre todo, porque en el videoclip, la protagonista y su chico, supuestamente, se reconcilian.
Y no hay que caer en la tentación de creer que a nosotros nos va a pasar lo mismo. Esto es la vida real, chicos.

 

4. VIVIR SIN AIRE - MANÁ

"Cómo quisiera poder vivir sin aire
Cómo quisiera poder vivir sin agua...
Cómo quisiera poder vivir sin ti.
Pero no puedo, siento que muero,
me estoy ahogando sin tu amor..."

Otra que mete el dedo en la llaga a base de bien: no puedo vivir sin ti, te necesito más que el aire, cómo quisiera olvidarte...
Tonterías. Nadie se ha muerto de amor. Se pasa mal, pero se supera. Y si no escuchas a los mexicanos durante una larga temporada, mejor que mejor.




5. SPENDING MY TIME - ROXETTE

"Spending my time
Watching the days go by
Feeling so small
I stare at the wall
Hoping that you are missing me too
Spending my time..."

Esta también incide en la idea de lo solos y perdidos que estamos y en lo vacía que está nuestra vida sin la otra persona.
Vaaale, pero tampoco dramaticemos. Que la vida es corta: llenémosla con otras cosas y con otras personas. Y quememos el CD de Roxette, ya. (O escondámoslo hasta nueva orden).




6. RADIO - THE CORRS

"So I listen to the radio,
And all the songs we used to know, oh, oh
So I listen to the radio
Remember where we used to go... "

Esta canción retrata a la perfección el masoquismo musical: escuchar sin parar las canciones que nos hacen sentir mal y recordar a la otra persona. Ya sean las que ponemos nosotros o las que pone la radio (que tampoco ayuda mucho).
Terapia de choque: prohibido sintonizar Kiss FM y poner los discos de The Corrs.



7. DULCE LOCURA - LA OREJA DE VAN GOGH

"Entiendo que te fueras, y ahora pago mi condena pero
no me pidas que quiera vivir
Sin tu luna, sin tu sol, sin tu dulce locura
me vuelvo pequeña y menuda, la noche te sueña y se burla
te intento abrazar y te esfumas..."

¡DANGER! Canción altamente destructiva en momentos difíciles. La tía nos dice, literalmente, que "ya no quiere vivir" porque él la ha dejado. Es que es muy fuerte. 
Escuchar esta canción después de una ruptura reciente es como darle una botella de whisky a un ex alcohólico que hace poco que ha dejado la bebida. Muy peligroso.
Sólo de ver el videoclip ya me da un bajón...

Así que, haceos este favor: prohibid a vuestras orejas escuchar a la Oreja.



8. NADA QUE PERDER - CONCHITA

"Qusiera ser capaz, decirte la verdad,
decirte que me va realmente mal.
No te logré olvidar,
ni lo intenté quizás..."

Aquí está: la reina indiscutible de las canciones lacrimógenas. Salvo un par de canciones, la música de esta chica es la banda sonora de las rupturas y los desamores. Ni que decir tiene que está contraindicada en horas bajas.
Si es que hasta ella misma lo reconoce: ya no es que no logra olvidar, es que ni siquiera lo intenta. Mal vamos así, Conchita...

 

9. WHEN YOU'RE GONE - AVRIL LAVIGNE

"When you’re gone

The pieces of my heart are missing you
When you’re gone
The face I came to know is missing too
When you’re gone
All the words I need to hear to always get me through the day
And make it OK
I miss you..."

Puede que esta canción no hable de una ruptura necesariamente, sino de lo mucho que echamos de menos a alguien cuando se va de nuestro lado. Pero mi consejo es: NO LA ESCUCHÉIS. Si es que ya sólo los acordes de piano del principio son para dejar KO hasta al más duro. Y el videoclip es demoledor... ¡Pues no me he pegado lloreras yo con esta canción!
Será muy rockera y todo lo que queráis, pero cuando Avril se pone sentimental, no hay quien le gane. Ufffff...




10. INEVITABLE - SHAKIRA

"El cielo esta cansado ya de ver
la lluvia caer.
Y cada dia que pasa es uno más
parecido a ayer.
No encuentro forma alguna de
olvidarte porque
seguir amándote es
inevitable..."

Shakira es el mejor ejemplo de cómo todo se supera, de que nadie se muere después de una ruptura y de que el tiempo lo cura todo.
Sólo hace falta verla: al final, olvidó al tío en cuestión, se tiñó de rubia, aprendió a bailar la danza del vientre y se erigió en la cantante latina más sexy del mundo y en la que más discos vende.
Ahora, además, canta el Waka Waka del mundial y está tan feliz. Y ella que creía que nunca lo superaría...
Quién la ha visto y quien la ve, ¿eh?

Hay que aprender de Shakira.
Que no hay mal que 100 años dure. Ni cuerpo que lo aguante.




Así que ya sabéis: a ponerse canciones más animadillas. De Extremoduro para arriba.  ;)

9 de junio de 2010

Tatoo or not tatoo?



En esa disyuntiva me hallo actualmente. Quién me lo iba a decir a mí, que, hasta hace poco tiempo, los tatuajes me dejaban bastante fría.
Bueno, no exactamente: me gustaba verlos, en general.

Los hay muy bonitos (aunque también hay algunos que... vaya tela. Parece que se los ha hecho su enemigo a la persona que los luce).
¡Pero de ahí a hacerme yo uno! Sobre todo porque a mí las agujas me dan un yuyu...

Además está el hecho evidente de que un tatuaje es para toda la vida. Si luego te arrepientes, no hay vuelta atrás. (Bueno, sí, se pueden quitar, pero hace falta tiempo y dinero. Y nunca se van del todo).

Y es que, cuando se es joven y la piel está tersa, todo queda bien. Pero conforme pasan los años y las carnes se ponen "colganchosas", el tatoo puede sufrir una metamorfosis no demasiado agradable.
Me imagino dentro de 50 años, cuando los chavalines jóvenes de cuerpos esculturales y abdominales hercúleos que ahora se tatuan todo el cuerpo se conviertan en ancianos decrépitos, y las carnes empiecen a sufrir los estragos de la edad y de la gravedad: esos dragones, esas letras chinas, esos tribales, esos nombres en élfico... ¿cómo acabarán?

Pues por estas y otras cosas no me había planteado nunca hacerme un tatoo. Pero esta es la confirmación de que nunca se puede decir nunca jamás. Porque ahora estoy "casi" decidida a hacerme uno. Mi primer tatuaje. Y la verdad es que estoy llena de dudas, claro.
Al menos, tengo claras dos cosas (por algo se empieza): el sitio donde lo quiero y el diseño.

El sitio es la zona baja de la espalda, ya que es una parte del cuerpo cuya piel no sufre apenas cambios (a diferencia de la tripa, por ejemplo, que sí sufre variaciones considerables: engordar, adelgazar, embarazos...). Además, es un sitio que no se ve constantemente, ya que he leído por ahí que si te lo haces en una zona muy visible, a la larga, por mucho que te guste o por muy bien hecho que esté, puedes acabar hartándote de él. Y no es plan.

En cuanto al diseño que quiero, es un gato. Cómo no :)
Pero aún no sé cuál, ni de qué estilo: esquemático, tribal, más realista... ¿Sólo en tinta negra o con algunos colorines más? Es que, ya que me pongo, que quede bonico, ¿no?

Como estoy hecha un lío, he hablado con amigas y conocidas que tienen tatuajes, he mirado en foros... Sobre todo por el tema del dolor. Porque, que me va a doler, eso está fuera de dudas.
Lo tengo ya asumido. ¿Pero cuánto?

Una amiga me dijo que es parecido al dolor de la fotodepilación. Eso me tranquilizó un poco, porque estoy ya acostumbrada a ese dolor y aguanto las sesiones perfectamente.
Pero claro, las sesiones de fotodepilación no duran una hora ni los pinchazos son constantes, como cuando te están haciendo un tatoo.

Lo que me da miedo es no poder aguantar la hora u hora y pico que esté el tatuador ahí, dale que te pego con la pistolita, que sólo de pensar en la vibración me da dentera... Ggggggggg

 En fin,  lo que he sacado en claro es que da igual lo que te digan: lo que cuenta es tu propia experiencia. Cada uno tiene un margen del dolor diferente, así que... sólo me queda sufrirlo en mis carnes (y nunca mejor dicho).

La semana que viene tengo intención de acercarme al estudio de tatuajes donde quiero hacérmelo, para elegir el dibujo y quedar ya un día. Ya os contaré.
Espero no rajarme al final :P

De momento, agradecería opiniones, consejos, sugerencias.... y ánimos. Mentidme y decidme que no duele (tanto)...



5 de junio de 2010

Dos historias de amor


En mi vida ha habido dos relaciones que considero importantes. Tanto por su duración en el tiempo como por lo que han significado para mí.

Dos historias de amor con dos hombres tan diferentes entre sí que podrían ser opuestos y que han tenido un papel muy decisivo en mi vida. O, al menos, en una parte de ella.

Empezaré por el principio (cómo no): conocí a C., mi ex, el último año de carrera. En aquella época, yo estaba en un momento "delicado". Se acababa la buena vida de estudiante y empezaba una nueva etapa: la de encontrar trabajo. Algo que, dado la carrera que elegí, se me antojaba harto difícil. (Y, de hecho, lo fue).

Por otro lado, estaba muy sola. Justo aquel año, 3 amigas mías estaban estudiando en el extranjero. Y con otra que se había quedado en España, llevaba meses sin hablarme, por una discusión que tuvimos en la que nos dijimos cosas muy fuertes. (Años después, acabaríamos haciendo las paces... aunque nunca volvimos a ser las grandes amigas que habíamos sido antaño).  Si a eso añadimos dos desengaños amorosos recientes, podéis imaginar cómo me sentía en aquel momento: perdida, sola, vulnerable, insegura...

Y entonces... apareció C. en escena. Era un chico que transmitía una gran seguridad, que sabía lo que quería. Era algo más mayor que yo. Divertido, cariñoso, tenaz y muy insistente... Decidió que me quería y no paró hasta conseguirme. Y, si bien es cierto que no sentí un flechazo nada más verle (físicamente no era mi tipo de hombre), sí me atrajo poderosamente su personalidad.

Su entusiasmo me arrastró como un tsunami. Me cortejó durante semanas con tal maestría que, aunque al principio tuve mis dudas, al mes estaba ya rendida a sus pies.
Me enamoré de él como una loca. Recuerdo aquellos primeros meses sintiéndome feliz y segura por primera vez en mucho tiempo. Después de haber besado a varias ranas, por fin había encontado a mi príncipe azul.

Pero las cosas no iban a ser tan idílicas entre C. y yo. Él tenía trabajo. Además, un trabajo bueno y estable. Pero yo no.
Al fin, acabé la carrera, y con la ayuda de C., encontré un trabajo a media jornada, mientras me preparaba unas oposiciones.
Y, evidentemente, las cosas se ven diferentes si tienes ya la vida resuelta que si no la tienes.  Y eso, en cierto modo, sería uno de los problemas de nuestra relación. Nuestras diferencias.

Él tenía ya muy claro lo que quería, y yo, no. Yo era una cría, que sólo pensaba en pasarlo bien, mientras que él ya tenía trazada su vida.

Estuvimos juntos 5 años, mi relación más larga hasta la fecha. Aunque el último año y medio fue un verdadero desastre. Una pesadilla. Discutíamos constantemente. Muchas veces, por cosas realmente banales.

La rutina se había instalado en la relación. Pero eso no era lo peor.

Lo peor es que me iba dando cuenta de que C. y yo éramos incompatibles.
Teníamos gustos y opiniones cada vez más diferentes. Desde nuestros gustos cinematográficos (que nos hacían discutir para decidir qué peli íbamos a ver al cine), hasta nuestras aficiones, nuestra ideología o el estilo de vida que queríamos tener.
Cada vez estábamos más lejos el uno del otro. Si él quería blanco, yo quería negro. Y así, constantemente.

Además, C. tenía, a mi modo de ver, un defecto (que ya advertí desde el principio de la relación) y es que esa seguridad y claridad de ideas que tenía lo convertían en una persona muy intransigente. Alguien que nunca daba su brazo a torcer. Se hacía lo que él quería o rompía la baraja, como se suele decir.
Su opinión era la única válida. Las demás, no. Y yo cada vez estaba más harta de no tener ni voz ni voto. De hacer siempre lo que él decía.
Yo también tenía opinión y quería decidir por mí misma. No quería que él ni nadie me dijera cómo tenía que vivir.

Con el tiempo, la situación se hizo cada vez más insostenible. Poco a poco me convencía de que C. no era chico para mí ni yo era chica para él. Además, cosas suyas que en un principio ni siquiera había advertido o que incluso me hacían gracia, empezaron a resultarme realmente molestas. Eran cosas que hacía o que decía, y que cada vez me fastidiaban más.
Definitivamente, mi amor por él se iba desvaneciendo.

Estuvimos muchas veces a punto de romper, pero siempre acabábamos reconciliándonos, con la esperanza de que esa discusión sería la última. Y que seríamos felices para siempre y que comeríamos perdices... Total, nos queríamos, ¿no?  Sï, pero ahora sé que eso no basta.

Por otro lado, nuestras constantes crisis y discusiones (algunas con público incluído), me habían dado una imagen de niña inmadura y desequilibrada que me fastidiaba bastante porque no era real. Una imagen que, además, C. promovía. Y eso me sacaba de quicio (más todavía).

Es cierto que era yo la que me enfadaba, mientras que él nunca perdía los nervios. Él sabía mantenerse en su sitio, en su papel de chico maduro y con las ideas claras. Pero si yo me enfadaba tanto, si perdía los papeles era porque él, de alguna forma, me provocaba. Conseguía sacar de mí lo peor.
Yo no soy ninguna loca histérica. Pero tengo carácter y mi paciencia se agotaba por momentos.

El penúltimo año de relación con C., fue un año de inflexión.
Encontré mi actual trabajo, algo que a él lo descolocó. Ahora yo también tenía un trabajo estable, bien remunerado y que me hacía feliz. Ya era más independiente. Ya estábamos más igualados.

Y ya no era la cría que él había conocido 4 años antes. Yo también había madurado. Y, cansada de dar una imagen falsa de mí, aprendí a controlar mis nervios y a no montar numeritos delante de familia y amigos.
Así, parecía que las aguas habían vuelto a su cauce. Pero no.

Mi actitud no era otra cosa que reflejo de mi indiferencia, apatía y aburrimiento. Ya no veía motivo para enfadarme. Todo me daba igual.

Fue ese año, en los últimos coletazos de mi relación con C., cuando conocí a J.J. Mi actual pareja.

Con él sí sentí ese flechazo que había llegado a pensar que no existía en realidad. Que eso del "amor a primera vista" era cosa de las pelis románticas.
Sí. La primera vez que vi a J.J., el mundo se detuvo. Sólo estábamos él y yo. (Y según me contó más tarde él, fue algo mutuo). El problema era que los dos teníamos pareja en aquel momento. Y aunque me parecía guapísimo y encantador, no me planteé en aquel momento nada con él.

Durante unos meses, quizá por mi cambio de actitud, C. y yo estábamos “algo” mejor. Quizá, pensaba, la relación no estaba abocada al fracaso. A lo mejor merecía la pena luchar. Al fin y al cabo, llevábamos casi 5 años juntos. Y tirarlos así por la borda...

Pero no. Aquello fue sólo un espejismo. Pronto volvimos a nuestras discusiones habituales (aunque, eso sí, ya sin testigos). Me di cuenta de que no tenía sentido seguir. Que C. y yo nunca seríamos felices juntos. Que nos estábamos destrozando la vida.
Lo mejor era cortar antes de dar un paso más importante que luego nos hiciera arrepentirnos todavía más.

Pero era tan difícil acabar algo de tantos años... Era como un lastre. ¿Qué pensarían todos? (En realidad, toda la gente de nuestro alrededor se veía venir el final mucho más que nosotros. A nadie le extrañó cuando ocurrió).

Pero aún estuvimos juntos unos meses. Es más, decidimos hacer un viaje, a ver si estando los dos solos, lejos de los demás, en un ambiente de relax, las cosas se arreglaban. Gran error.
Yo tenía mis dudas. Pero bueno, un viaje siempre es algo agradable, ¿no?
Al final, fuimos a Canarias. Yo nunca había estado y me hacía mucha ilusión ir.

Todo fue muy bonito. Aunque no hace falta que os diga que las cosas entre nosotros no se arreglaron. Ni las preciosas playas de Tenerife consiguieron obrar el milagro.
En realidad, aquellos días tuve la sensación de estar allí con un amigo en vez de con mi novio.

La última noche, cómo no, y para no variar... C. y yo nos enfadamos. Por una tontería, como siempre. Pero es que yo ya no podía más. Aquello fue la gota que colmó el vaso.

Recuerdo que me asomé a la terraza del hotel. Y allí, frente al inmenso océano Atlántico, a miles de kilómetros de mi casa, me sentí terriblemente sola.
Lloré amargamente durante un buen rato, mirando fijamente el horizonte y preguntándome cómo habíamos podido llegar a esa situación. Cómo podía ser que dos personas que se habían querido tanto, hubieran llegado a ese punto. Aquello estaba acabado. ¿A qué estaba esperando para romper?¿Por qué era tan cobarde?

Al volver a Valencia, aún estuvimos unas semanas juntos, pero yo ya tenía claro que no quería continuar. Me faltaba sólo un último empujón. Y un sábado por la noche, por fin, tomé la decisión.

Volvíamos de una cena en su coche, camino de mi casa. Y al despedirme, se lo dije. Aquello no era un “hasta mañana”. Aquello era un “hasta siempre”.
Por supuesto, él no me creyó: tantas veces había pegado el portazo para luego volver corriendo a sus brazos pidiendo perdón, que ésta no tenía por qué ser distinta. Pero sí lo fue.
Así que él contraatacó y se pasó los días siguientes intentando hacerme cambiar de opinión. Pero mi decisión era irrevocable.

Tanto insistió en que nos viéramos, que accedí a quedar con él por última vez.
Él pensaba que conseguiría hacerme recapacitar y que volvería con él. Pero yo lo tenía muy claro, y así se lo dije: que éramos incompatibles, que lo habíamos intentado mil veces y que yo ya no quería seguir intentando salvar algo que no tenía salvación. Al final, creo que lo entendió... O, si no, al menos, lo aceptó.
Y desapareció de mi vida.

Vale, había conseguido dar el paso sin flaquear. Pero aun así, me sentía fatal. Nunca había dejado a nadie. Y él quería volver conmigo; estaba hecho polvo.
Pero no podía volver con él: ya no estaba enamorada. Y sabía que nunca podríamos ser felices juntos.

A veces, tenemos miedo a estar solos, y nos empeñamos en seguir al lado de alguien, a toda costa, aunque las cosas vayan mal. Y ese fue nuestro error.

Meses después de la ruptura con C., volví a ver a J.J. Hacía tiempo que no sabía de él, porque según me contó, había estado de viaje en Inglaterra con unos amigos.

El caso es que empezamos a vernos más, a quedar... Una vez, él me comentó que estaba sin pareja. (Qué bien, pensé). Yo no le dije nada de mi situación al principio. Pero un día le conté que hacía poco que había acabado una relación de mucho tiempo.

J.J. me gustaba mucho, pero por otro lado, pensaba que era muy precipitado empezar una nueva relación. ¿Y si las cosas también salían mal esta vez?
Mi cabeza me decía que esperara. Pero mi corazón me empujaba a olvidar el pasado y a empezar una nueva vida y, por qué no, una nueva relación.
Finalmente, el corazón pudo más que la cabeza, como suele pasar.

Una noche, J.J. y yo fuimos a cenar. Él me dijo que yo le gustaba desde hacía tiempo y que quería ir en serio conmigo. Yo me derretí, claro.
Y surgió, simplemente. Ninguno de los dos quisimos hacer nada por evitarlo.
Fue precioso.

Es cierto que apenas pasaron unos meses entre una relación y otra, y que tuve muchas dudas al principio por si las cosas no salían bien entre J.J. y yo. Otro desengaño me hubiera destruido, pero no lo pensé y me lancé a la piscina...

Y, hoy, casi dos años después, estoy feliz junto a J.J. Fue una decisión algo precipitada... pero hoy sé que totalmente acertada.

En cuanto a C., no he vuelto a verlo ni a saber de él.
Le hice daño. Sé que lo pasó muy mal cuando lo dejé. Y yo me he sentido culpable muchas veces por ello. Pero también sé que hice lo correcto. Nosotros dos no teníamos futuro.

Aun así, espero que me haya perdonado, que haya superado todo aquello, y que ahora sea feliz solo o junto a otra chica con la que tenga más puntos en común.
Deseo de corazón que todo le vaya bien y que encuentre al amor de su vida.

Igual que yo (creo), he encontrado al amor de mi vida.

3 de junio de 2010

Bipolar


Hay días que salgo de casa con ganas de comerme el mundo.
Pero cuando vuelvo, tengo la sensación de que es el mundo el que me quiere comer a mí.

Hay mañanas que me levanto con energía para hacer mil cosas. Pero enseguida me desanimo porque no sé por dónde empezar.

Hay momentos en los que deseo estar sola. Pero a continuación siento que necesito desesperadamente estar con alguien.

A veces anhelo las cosas que no puedo tener. Y en cambio, no valoro las que tengo.

Hay días que creo tener muy claro lo que quiero. Pero si tengo que tomar una decisión, me surgen un millón de dudas.

Hay veces que creo que puedo con todo. Pero cuando tengo que demostrarlo, la inseguridad me invade y me bloqueo.

En ocasiones, me siento eufórica sin motivo aparente. E, inmediatamente, esa alegría desbordada deja paso a una inexplicable y profunda tristeza.

De la risa al llanto. De la seguridad aplastante a las dudas. De las ganas al aburrimiento. De la alegría al bajón.... De un extremo al otro en cuestión de segundos. ¿Por qué? Ni yo misma lo sé.

Hay días en los que me levanto un poco... ¿bipolar?


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