30 de enero de 2011

Castillos en el aire (3ª parte)


Al llegar a casa, me puse el pijama y, sin tan siquiera desmaquillarme, porque no tenía ni fuerzas ni ánimo para nada, me tiré en la cama, derrumbada. Me sentía estúpida.
Decidí no pensar en nada de lo ocurrido. Puse mi mente en blanco... y al final, me quedé dormida.


El fin de semana lo pasé casi entero encerrada en casa, con el chándal y las zapatillas, vegetando. De la cama al sofá y del sofá a la cama. No tenía ganas de salir ni de arreglarme.
Mario me había mentido; o al menos, me había ocultado algo tan relevante como que tenía por ahí una ex pululando que no se daba por vencida, mientras él coqueteaba conmigo. Lo cual viene a ser lo mismo que engañar. Y eso no me gustó nada.
Aquella fue mi primera gran decepción con Mario.


Pasó el fin de semana y... NO me llamó. Segunda gran decepción.


Aun así, yo, que estaba alcanzando con él unos niveles de idiotez desconocidos hasta el momento, volví a autoengañarme. Todavía me faltaba caer un poquito más bajo. (¡Qué malos son los 19 años y la inexperiencia! Qué diferentes serían las cosas si se me cruzara un tipo como Mario hoy en día).


Pero... volvamos a aquel mayo del 2001. Durante todo el fin de semana no dejé de pensar en él, y en todo lo que había pasado aquella noche, intentado buscar una interpretación lógica.
A veces, me costaba distinguir si de verdad había sucedido todo aquello o si las imágenes que venían a mi memoria no eran sino fragmentos de un sueño extraño. Me pasé los dos días mirando compulsivamente el móvil, esperando una llamada suya, un mensaje... Pero nada. No cumplió su palabra.


Ya no sabía qué pensar de él.
De vez en cuando, me venían pensamientos fugaces que me advertían: DANGER!! ¡Cabrón a la vista! BEWARE OF HIM!!


Pero, inmediatamente, esos flashes clarividentes eran borrados por otros pensamientos romántico-absurdos del estilo: "Él está loquito por tus huesos aunque tiene una situación difícil con una ex psicótica. Pero, al final, prevalecerá vuestro amor y seréis felices y comeréis perdices en el Palacio de Buckingham que has construido en las nubes para ambos". (Todo esto con música de fondo de película de princesa Disney, of course.)


Pensé que ya era hora de dejar de ser tan fría, tan tímida, tan apocada; era hora de pasar a la acción. Al fin y al cabo, él me había confesado que yo le gustaba y que esperaba una respuesta, así que no pasaba nada por lanzarme. No iba a perder mi dignidad, ¿no?
Si él me gustaba, (y era evidente que me gustaba), tenía que demostrarle interés.
Si Mahoma no va a la montaña... Pensé.
Y, si al final dejaba a la novia por mí, ¿qué inconveniente podía haber en que estuviéramos juntos?


Podéis comprobar cómo fui cambiando de opinión a lo largo del fin de semana y cómo mi dignidad, intacta el jueves por la noche, fue cayendo en picado según pasaban los días.


Y así, llegó el martes, día en el que teníamos clase y en el que se produciría nuestro reencuentro tras cuatro días de no saber nada el uno del otro. Yo esperaba verle, para hablar con él y aclarar las cosas.
Pero, inesperadamente, no apareció por clase.
Raro, raro... Pensé yo. Sobre todo, teniendo en cuenta que sólo quedaban dos semanas para los exámenes y que él, en tres meses, no había faltado jamás a esa clase.


Llegó el jueves, día en el que también teníamos esa asignatura... y Mario tampoco asistió.
Mi paranoia empezó a crecer hasta límites insospechados: a lo mejor estaba enfadado conmigo y ya no quería saber nada de mí. Hay chicos que no aceptan de buen grado que una se haga un poco la dura.


¿Y si estaba enfermo? ...
No. Rápidamente, deseché esa posibilidad. Como mucho, sufriría un ataque de "cobarditis" aguda, ante la posibilidad de tener que verme y enfrentarse a una situación un tanto incómoda.


Así las cosas, después de darle muchas vueltas, esa misma tarde decidí enviarle yo un SMS para darle muestras de mi interés: ¿Estás bien? No sé nada de ti...
A ver si se pronunciaba. (Y cómo se pronunciaba). Me quedé esperando su respuesta...
Respuesta que no llegó.


El martes siguiente, esta vez sí, Mario apareció por clase. Era la última del curso.
Pero  llegó tarde (ahora sé que lo hizo aposta). De esa forma, se sentó -rápidamente y cabizbajo- en uno de los primeros sitios que vio libres... Lejos de donde yo estaba sentada.
Sí, era evidente que me estaba evitando.
Pero no podría huír de mí para siempre. Así que, al acabar la clase, me fui directa como un misil a hablar con él. Me tenía ya bastante harta su actitud extraña e infantil. ¿Qué mosca le había picado?


G: ¡Hombre, cuánto tiempo! ¿Qué tal? ¿Estás bien?


M: Sí, claro... ¿Por? (Aaaarrrggh, ¡¡por favor, qué cínico!!)


G: Como últimamente no se te ve el pelo...


M: Es que la semana pasada no pude venir porque tuve que acompañar a mi madre al médico, y también aproveché para estudiar, que voy de culo con los exámenes...


G: Ya. Te mandé un mensaje y ni siquiera me contestaste. Pensaba que te pasaba algo. ¿Seguro que no te pasa nada?


Lo de su madre podía ser cierto, ya que, según me había contado Mario en su día, la mujer era algo mayor y tenía problemas de salud. (Mario era el más pequeño de 4 hermanos; era el "caganidos" que dicen. Su madre lo había tenido con 42 años y él se llevaba bastantes años con sus hermanos).


Lo que ya me costó más de creer fue esa milonga de que no había recibido ningún mensaje mío. Que si lo hubiera recibido, claro que me habría contestado. Según me dijo, a su móvil le fallaba mucho la cobertura últimamente, y no era el primer mensaje que no le llegaba.


Me sonó a excusa-que-te-cagas.
Le noté increíblemente frío y distante. Apático. Raro. Esquivo. Como si nada hubiera pasado entre nosotros. Nada que ver con el chico que me había besado la noche de la cena, ni con el chaval simpático y cariñoso que había conocido. Entonces, recogiendo sus cosas precipitadamente, me dijo que tenía prisa, que se iba a la biblioteca a estudiar. Y se fue. Dejándome casi con la palabra en la boca.


Me quedé allí, en mitad del pasillo, como una imbécil. No me podía creer lo que estaba sucediendo.
Qué cobarde, qué mierda de tío, que...
Sentía mucha rabia. Me ardía la cara. Tenía ganas de llorar, de gritar...
Así que decidí irme a casa.
Estaba entrando por la puerta, maldiciéndome por haber sido tan tonta, y decidida ya a olvidarme de él, cuando me sonó el móvil. Tenía un mensaje.
Un mensaje de Mario.






------------------------------------------------------Continuará--------------------------------------------------
(¡Venga, que ya queda poco para el desenlace final! ;D)

29 de enero de 2011

Noches frías



Una noche más durmiendo separados. (Y las que todavían quedan, hasta que podamos irnos juntos a nuestra nueva casa).
Una noche más, larga y gélida, como este mes de enero que parece no acabar nunca. 
Otra noche más, en la que mi pequeña camita me parece un desolado desierto de hielo y escarcha.


Una noche más...
Sin sentir tu calor, tu aliento, tu aroma.
Sin hundir mis dedos en tu pelo.
Sin acariciar tu espalda fuerte, y a la vez suave.
Sin sentir tu barba raspando mi mejilla.
Sin perderme en tus ojos antes de cerrar los míos.


Otra noche...
En la que despierto, te busco y no te encuentro.
En la que estiro el brazo y sólo toco vacío y sábanas frías.
En la que todo mi ser te añora.


Noches (demasiadas ya)...
En las que no consigo calentar mis pies, porque no tengo cerca los tuyos.
Y me cuesta dormirme, porque me faltan tus besos.


Una noche más (y ya he perdido la cuenta)...
En la que tu ausencia es mi compañera de cama.
Y mis labios, ya secos, anhelan los tuyos para calmar su sed.


Por suerte, te dejaste la bufanda en mi coche.
Ahora me duermo con ella, hecha un ovillo. Me trae tu aroma y algo de tu calor. Me trae un trocito de ti. Algo es algo.
Aunque no me basta con este sucedáneo de lana.


Necesito tus besos reales, tus abrazos de oso, el calor que desprende tu cuerpo. Los necesito ya.


Mis noches sin ti se eternizan hasta el infinito y cada una que pasa es más fría que la anterior.


No puedo esperar más a tenerte de nuevo en mi cama.


Necesito que me prestes tu calor en estas largas noches de invierno.
Y que me acaricies como si fuera un gatito; que me beses como sólo tu sabes, hasta dejarme sin aliento.
Que me hagas el amor despacito, mientras yo me pierdo en tu mirada por un instante, y el mundo a nuestro alrededor se detiene. Y nada más importa.


Entonces, sólo entonces, podré devolverte la bufanda...

27 de enero de 2011

Castillos en el aire (2ª parte)


Iba en el autobús camino del restaurante italiano donde Mario me había dicho que sería la cena. Estaba nerviosa. Mucho. Algo me decía que aquella noche sería especial. Tenía un presentimiento...


Llegaba un poco tarde, pero afortunadamente, encontré pronto el sitio.
Vislumbré a Mario desde lejos: estaba en la puerta esperándome (yo ya le había confirmado que iría finalmente) y me saludó alzando el brazo. Estaba solo. El resto de compañeros estaban ya dentro del restaurante.


Me hizo mucha ilusión verlo en la puerta esperándome. Fue un buen presagio.


Me acerqué lentamente... Y lo miré bien: iba gua-pí-si-mo: vaqueros oscuros, camisa blanca por fuera del pantalón, cazadora oscura y deportivas negras de Massimo Dutti (o de ese estilo).


-¡Por fiiiiin! Ya pensaba que no vendrías... Venga, que te estamos esperando-. Me dijo con la más encantadora y espectacular de sus sonrisas y mirándome de arriba abajo con gesto de aprobación. (Sí, se le salían los ojillos al mirarme, cosa que me dio ánimos).
Nos dimos dos besos protocolarios.
Uffff... llevaba una colonia de ésas capaces de poner a 100 a cualquier mujer que se cruzara con él. Conmigo, desde luego, lo consiguió.


Entramos en el restaurante. Era el típico italiano: mesas con manteles de cuadros rojos y blancos, ambiente acogedor, música italiana, decoración rústica, una reproducción del David de Miguel Ángel en miniatura, y en las paredes, cuadros con vistas de Florencia y Venecia.
Mario y yo nos sentamos en la mesa juntos, as usual. Éramos unas 10 personas, a las que luego se sumaron otras 4 o 5 más que llegaron poco después. Llegó el momento de pedir: yo me decanté por una pizza Capricciosa pequeña, mientras que Mario pidió una Cuatro Estaciones mediana. Y empezamos a cenar.


La verdad es que lo pasé bastante bien en la cena. Ya no sólo por Mario, sino porque conocí a algunos compañeros de Literatura Italiana con los que no había cruzado ni una palabra, y que luego resultaron ser majísimos. De todas formas... aquella noche yo sólo tenía ojos para Mario.
Me lo comía con la mirada, no podía dejar de mirarlo y de reírme como una bobona con cada tontería que decía. Y es que, esa noche el chico estaba especialmente ocurrente.
En aquel momento, para mí, no podía haber un hombre más guapo y fascinante sobre la faz de la Tierra que él.
Entonces ocurrió algo que me desconcertó: Mario tenía el móvil encima de la mesa todo el tiempo. En un momento dado, el aparatito empezó a vibrar. Él lo cogió, miró la pantalla y rechazó la llamada con una mezcla de extrañeza y fastidio. Inmediatamente, se levantó y diciendo "enseguida vuelvo", se dirigió rápidamente a los aseos.
Por supuesto, iba a devolverle la llamada a la persona que le había llamado hacía unos instantes. Estaba claro que no quería que los demás escucháramos la conversación.


En ese momento, tuve claro que estaba llamando a su novia. No podía tener otra explicación.
Me dio un bajón increíble.


Aun así, decidí hacer como si nada, y, cuando regresó 5 minutos después, no hice alusión alguna a la llamada. Al fin y al cabo... yo no debía meterme donde no me llamaban, ¿no?


El resto de la cena transcurrió tranquila, aunque yo ya no estaba de mucho humor que digamos. Él, a pesar de mis intentos por disimular, me notó rara, mosqueada.


Al acabar la cena, algunos decidieron irse a su casa. Era jueves y muchos tenían clase al día siguiente, temprano. No era mi caso, pero yo dije que estaba cansada y que me iba también.  Entonces Mario, con otra de sus encantadoras sonrisas, me pidió que me quedara un ratito más: "Nos tomamos una última copa y después te acerco en mi coche, ¿vale?".


Acepté. No sé por qué, pero lo hice. Ese chico tenía el poder de anular mi voluntad.
Así pues, todo el grupito nos dirigimos a la zona de Facultades, llena de pubs y de marcha: era jueves universitario.


Decidimos entrar en un local que no estaba demasiado lleno de gente y que, además, tenía una zona más recóndita con mesitas y sofás. El ambiente no podía ser más apropiado para un momento de intimidad: semi-oscuridad, musiquita no muy alta, cómodos sofás...  Me latía el corazón a lo bestia. Sobre todo, cuando Mario me cogió del brazo para hacerme entrar en el pub. Entonces pensé que, quizá, me había precipitado y equivocado en mis conclusiones, y que no era su novia la de la llamada...
La verdad es que estaba muy rayada con todo aquello y ya no sabía qué pensar. Así que, al final me dije: "Deja de comerte ya la cabeza. Carpe Diem. Déjate llevar..."
Y me dejé llevar por Mario al interior del pub.


Después de tomarnos un cubata y bailotear 3 canciones, (tiempo suficiente para constatar que el baile no era su fuerte), decidimos pedir otra copa y sentarnos en uno de los sofás del fondo. Aquello se ponía al rojo vivo...


Nos separamos del grupo. A esas alturas, el lambrusco de la cena y el cubata que me había tomado ya, se me habían subido a la cabeza y me habían puesto más tontorrona si cabe... Yo estaba ya como flotando en una nube y dispuesta a tirarme a su cuello de un momento a otro. Ya me daba todo igual.
Sobre todo, cuando en un momento dado, él acercó su cara a la mía y me miró muy fijamente. Un escalofrío recorrió toda mi espalda...


Entonces, con su ronca y susurrante voz me confesó que había decidido ir a la cena a partir del momento en que le confirmé que yo sí iría. Y, acercándose aún más, de forma que podía sentir su cálido aliento, añadió que estaba guapísima esa noche y que no podía dejar de mirarme.
Ohhhh-my-GOD!! Aquello ya era demasiado para mí... Iba a besarle, la suerte estaba echada.
...Cuando, de repente, le volvió a sonar el p**o móvil.


WTF?????


Él rechazó la llamada y se guardó de nuevo el móvil en el bolsillo del pantalón con nerviosismo.
Intentó hacer como si nada, pero yo ya no pude ni quise dejarlo pasar, así que le pregunté, poniendo carita de inocente:


G: Mario, ¿pasa algo?


M: ¿Por qué?- Contestó él, haciéndose el extrañado. (Qué cara más dura)


G: Porque te acaban de llamar y has rechazado la llamada. Y antes, durante la cena, también, y te has ido a los aseos para poder hablar. ¿Ocurre algo? ¿Puedo saber quién era?


M: Pues...


(Silencio incómodo)


G: (Taladrándole con la mirada) ¿Tu novia, quizás?


M: (Pálido) B-b-bueno, no exactamente. En realidad... era mi ex. Es que es largo de contar...


G: Tranquilo, tengo tiempo, acabo de empezar el cubata. Venga, cuenta...
Entonces, no sin una cierta resistencia por su parte, me contó lo que me tenía que haber contado mucho antes de que llegáramos a esa situación. A saber: que tenía novia en su pueblo, una localidad que está a unos 20 kilómetros al norte de Valencia. Pero la cosa entre ellos no iba bien desde hacía meses, y habían decidido darse eso que, eufemísticamente, algunos llaman "tiempo de reflexión".
Según me dijo, Marta, que así se llamaba la ex, era muy celosa y posesiva, y bastante paranoica. Y él estaba muy agobiado y desencantado. Hasta el punto de que fue él quien había decidido cortar, al menos, durante un tiempo indefinido. Pero ella le seguía llamando constantemente, le hacía chantaje emocional, montaba escenitas por teléfono y Mario ya estaba bastante harto.


La historia me sonó muy típica, (novia celosa, absorbente y obsesiva-chico agobiado que necesita tiempo y espacio...), pero aun así, le creí.
Entonces le pregunté si había posibilidad de reconciliación con Marta, a lo que él contestó que, si bien no había dejado de quererla, la relación estaba ya muy deteriorada, y ya no estaba seguro de seguir enamorado de ella. Veía muy difícil una reconciliación.
Y añadió que haberme conocido, le había hecho replantearse muchas cosas, y que le habían surgido muchas dudas... porque yo había empezado a gustarle.


Toma ya.
Oir aquello, lejos de alegrarme, me hundió todavía más. Sin comerlo ni beberlo, me encontraba en medio de una relación que parecía rota, pero... yo no las tenía todas conmigo. ¿Y si volvían? ¿Qué papel jugaba yo en todo aquel sarao?
Además, la ruptura, de producirse finalmente, sería muy reciente. Me parecía demasiado prematuro y oportunista comenzar una relación con un chico que acaba de salir de otra relación, además, tormentosa.
Y ¿quién me aseguraba que él no quería más que un rollo de una (o varias) noches conmigo y después, si te he visto no me acuerdo? ¿Quién me decía que no me iba a utilizar como "entretenimiento" mientras deshojaba la margarita y decidía si volvía o no con ella?


Mario me gustaba, cierto, pero no hasta el punto de aceptar el papel de "clavo que saca otro clavo", o peor aún: kleenex de usar y tirar. Así que, cuando acabó su relato, apuré mi copa y le dije que me iba a casa, que estaba cansada y algo mareada. Lo cual era cierto, además de hecha polvo anímicamente. Nos despedimos de los compañeros que quedaron en el pub y Mario me dijo que me llevaba en su coche.


-Gracias, pero mejor cojo un taxi- Le contesté.


Volvió a insistir. Yo volví a declinar amablemente la invitación. Finalmente, aceptó, aunque con cierto fastidio.


Fui a parar un taxi. Y fue entonces, al ir a despedirnos, cuando sucedió.
Me besó.
Yo iba a darle dos besos en la mejilla... Pero él, muy astutamente, se adelantó y me dio un beso en la boca.
Fue embarazoso...  ¡Había deseado tanto tiempo que llegara ese momento! Y ahora que, al fin, había sucedido... no sé, me sentía extraña por las circunstancias que rodeaban todo aquello. Aun así, al César lo que es del César: me gustó. Mario besaba francamente bien. Mejor de lo que yo imaginaba.


Pero yo, después de todo lo que me había contado, ya no sabía qué pensar, qué hacer, ni qué decir. Todo era muy extraño, muy surrealista. ¿Qué era yo para él? ¿Un simple capricho? ¿Una conquista de la que fardar con sus amigos? ¿Un rollete con el que consolar las penas de su mala situación de pareja? Me negaba rotundamente a ser cualquiera de esas cosas.


Antes de subir al taxi, Mario me dijo: -¿Me vas a dejar así?


-¿Así, cómo?- Le dije, extrañada.


-Pues así, con la duda... Yo me he sincerado contigo y tú no has dicho nada. ¿Tengo alguna posibilidad?


Le contesté que yo era libre, que el problema lo tenía él, no yo. Y que, hasta que no resolviera lo suyo, hasta que no se aclarara él y no aclarara su situación, no podía darle ninguna respuesta. La pelota estaba en su tejado.


Entonces me dijo:
-Te llamaré...


Asentí con la cabeza, le dije adiós, subí al taxi y me fui.
Miré hacia atrás, y vi a Mario, de pie, en la acera, mientras yo me alejaba, y él se iba haciendo cada vez más y más pequeño, hasta desaparecer de mi vista.
Como una metáfora de lo que sería mi historia con él.












----------------------------------------------Continuará----------------------------------------------------
(¡Muahahahaaaaaaa, pero qué mala soy! ;) )

23 de enero de 2011

Castillos en el aire (1ª parte)



Como sabéis, el término déjà vu ("ya visto", en francés) hace referencia a esa extraña e inquietante sensación de estar viviendo o presenciando una experiencia o una escena que ya se vivió en el pasado.


Se trata de un fenómeno bastante curioso y difícil de explicar; a pesar de haber sido muy estudiado a lo largo de los siglos, no se sabe todavía a ciencia cierta a qué es debido. Aunque muchas teorías apuntan a que se trata de un fallo del cerebro...
Bueno, estoy segura de que todos vosotros  (o la mayoría) habréis sentido, en algún momento de vuestra vida, un déjà vu... ¿A que sí?


Bueno, yo tuve uno justo ayer por la tarde...


Miento. En realidad, no fue un dèjà vu en el sentido estricto del término. En realidad, volví a vivir una escena muy similar, casi calcada, a otra que viví en el pasado.
La vida es así: a veces te sorprende repitiendo situaciones muy parecidas, pero distanciadas en el tiempo.


Ayer me encontré con una persona de mi pasado: un chico del que me enamoré en mi época de estudiante universitaria, y que me dejó un sabor agridulce... Más agrio que dulce, para ser sincera.


Pero empecemos por el principio...


Principios del 2001. Yo tenía 19 añitos y estaba en segundo de carrera. Fue entonces cuando conocí a Mario.
Él era tres años mayor que yo, estudiaba Filología Hispánica y aquel curso coincidimos en una asignatura optativa: Literatura Italiana. (Yo estudié Comunicación Audiovisual en la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación).


Recuerdo que era una asignatura del segundo cuatrimestre, y yo aparecí por clase ya a finales de febrero. O sea que me había perdido unas cuantas clases.
El primer día que me decidí a ir, para colmo de males, llovía a mares y llegué tarde.
Así que cuando entré en la clase, me dirigí rápidamente al primer sitio que vi libre en una de las filas de delante.


Entonces no había cosa que me diera más vergüenza que llegar tarde y atravesar el aula enorme, mientras el profesor estaba explicando y todo el mundo te estaba mirando. Era como si tooooooodo... sucedieeeeeera a cáaaaamara... leeeeeentaaaaaa...


Una vez sentada y ya más tranquila, saqué un boli del estuche y unos cuantos folios de la carpeta y empecé a escuchar la explicación del profesor. Estaba hablando de La Vita nuova, de Dante.
Me había sentado al lado de una persona. Pero ni siquiera me fijé en un principio en si era un chico o una chica, y mucho menos en cómo era.


Empecé a tomar apuntes... y como soy zurda, mi brazo izquierdo chocó contra el brazo derecho de la persona sentada a mi lado. A mi izquierda, concretamente. Fue entonces cuando me fijé en él.
Sí, era un chico.
Primero observé sus manos por el rabillo del ojo. Eran muy bonitas. No muy grandes, bastante finas pero a la vez, varoniles y fuertes. Llevaba un anillo de plata en el pulgar.


(Siempre me fijo en las manos de la gente, no puedo evitarlo. Para mí es algo muy importante. Me dice mucho de esa persona. Y ni qué decir tiene que no me gustan los hombres con las manos feas, bastas o desastradas... No sé, pienso que, si me tiene que tocar o acariciar con esas manos, al menos que las tenga mínimamente decentes, ¿no? De hecho, todos los hombres con los que estado tienen las manos bonitas).


Disimulando fatal, fui subiendo la mirada poco a poco: el brazo, el hombro, el cuello... hasta llegar a su cara.
¡OMG! Me estaba mirando. Fijamente.


Primera impresión, más que positiva: era guapo. Bastante guapo. Atractivo. Pelo corto y castaño, ojos verdosos y picarones. Mirada muy penetrante. Labios carnosos.
No parecía muy alto (más tarde comprobé que, efectivamente, no lo era), pero tenía algo... Un atractivo increíble. Al menos, para mí.


No sabría explicarlo. No era un modelo, no era el típico guaperas, no era un tío de estos que vuelve locas a todas... pero sí tenía esa chispa que tienen algunos hombres, que los hace ser bastante ligones... y un poco "cabroncetes".
Y yo, justamente estaba en esa época de mi vida en la que me volvían loca los ligones cabroncetes.


Así que se juntaron el hambre con las ganas de comer.


Después de otros 3 choques (accidentales, creo) de brazo, seguidos de miradas y bastante cortazo por mi parte, acabó la clase. Yo estaba ya recogiendo mis cosas para irme, cuando oigo que se dirige a mí diciendo:


-La próxima clase nos tendremos que sentar al revés. Más que nada para no chocar...


Voz ronca + Sonrisa picarona del atractivo desconocido = Gata derretida


Sí, en ese momento creo que ya me rendí a su encanto.
Sonreí y me puse como un tomate.


-Es la primera vez que vienes a esta clase, ¿no? No recuerdo haberte visto antes... Bueno, me llamo Mario.


Le dije que sí, que era nueva, me presenté, y él se ofreció a dejarme los apuntes que habían dado en las clases a las que yo no había asistido.


Y fue así como empezó todo: me dejó los apuntes, me los fotocopié (aluciné porque tenía una letra muy clara y unos apuntes muy ordenados, cosa que me dio una buena imagen de él), nos volvimos a sentar juntos en la siguiente clase, y en la siguiente, y en la siguiente a la siguiente...


Sólo coincidíamos en Literatura Italiana: él ya estaba acabando Filología Hispánica y sólo iba a 5 asignaturas. Y yo justo ese día, sólo tenía esa asignatura por la mañana. Así que, cuando acababa la clase, los dos teníamos el resto de la mañana libre. Entonces nos bajábamos a la cafetería a almorzar y a charlar.


Enseguida intercambiamos los móviles, empezamos a conocernos cada vez más... y nos hicimos "amigos".
Aunque yo confieso que quería algo más. El gran interrogante era si él también quería algo más conmigo.


Mario me gustaba a morir. Más que eso: le deseaba. Nunca antes había sentido algo así por ningún chico. Por supuesto que me habían gustado muchos hasta ese momento, y me había enamorado con anterioridad. Pero era diferente. Lo que sentía por él en concreto era desconocido para mí hasta entonces. Era algo muy físico, muy salvaje. (Más tarde, he vuelto a experimentar esa sensación sólo con otros dos chicos, uno de ellos: J.J.).


En más de una ocasión me descubrí a mí misma mirando a Mario con cara de panoli y con unas ganas locas de tirarme a su cuello y darle el morreo de su vida.


En el tiempo en que estuvimos conociéndonos, hablamos de muchas cosas: de nuestros gustos, de nuestras aficiones, de nuestas vidas, nuestras familias, amigos... Pero nunca, en ningún momento, salió de su boca la palabra "novia". Nunca me habló de ninguna chica. Nunca hizo referencia a una relación amorosa.


Yo, en cambio, sí que dejé caer en una ocasión que no tenía pareja.


De todo esto, deduje que Mario no tenía novia; cosa que me extrañaba, ya que era un chico bastante guapo, atractivo, simpático y muy carismático.
Ahora lo pienso y creo que me autoengañé.


Supongo que tenía que habérselo preguntado directamente: Oye, ¿tienes novia?
Pero no sé, hubiera sido demasiado directo por mi parte. Y una también tiene su orgullo.


Además, qué narices: él sabía que me gustaba. ¡Se notaba a la legua!


Y por cierto, su trato hacia mí no era el típico de compañeros-coleguitas y ya está. No.
Digamos que había algunas señales que me decían que él podía sentirse también atraído por mí.


Por ejemplo: Mario era muy aficionado a la fotografía. Una vez me enseñó unas fotos que había hecho y aluciné. Eran preciosas y le felicité. Entonces él me dijo: Oye, ¿te gustaría que te hiciera un reportaje? Estaría bien. Seguro que das muy bien a cámara...


Yo pensé: ¡glups! ¿Era eso un piropo? ¿Me estaba diciendo que posara para él?
Me quedé que no supe qué decir... Creo que le dije que ya lo pensaría. Al final, ese reportaje nunca se llegó a hacer.


Y bueno, había más detalles: era muy atento conmigo, era cariñoso (pero sin salirse del límite correcto)... Una vez que fui con falda a clase, me dijo que por qué no me ponía falda más veces, con lo bien que me quedaba...


En fin, muchas tonterías, pequeños detalles, pero nada concreto. Y cuando una persona te gusta, a poquito interés que te muestre y a poquito que te regale el oído, empiezas a construir castillos en el aire. Al menos, a mí me pasa, no sé a vosotros.
Ahora ya menos, pero entonces yo era una chiquilla romántica y bastante tendente a la fantasía.
Y me construí en el aire el Palacio de Buckingham entero.


Pasaban los días y yo sólo quería que llegaran los martes y jueves por la mañana para ir a clase de Literatura Italiana. Y no porque sintiera una especial pasión por Dante, Petrarca o Maquiavelo.
No. Era para verle. Para estar con él.


Yo ya no sabía qué hacer. A veces, me armaba de valor y pensaba: "Mañana me lanzo y le digo que me gusta. O le planto un beso en la boca y que sea lo que Dios quiera..." Pero luego nunca me atrevía.


Y así fue pasando el tiempo hasta que, allá por mayo, se organizó una cena de clase.
En un principio, yo no pensaba ir, porque Literatura Italiana era una optativa que no pertenecía a mi carrera y no coincidía en ella con ninguno de mis compañeros habituales. Vamos, que excepto con Mario, no había cruzado ni dos palabras con nadie de esa clase. Además, no sé por qué, pensé que él también pasaría mucho de ir. Pero me equivoqué.


Un día, después de clase me dijo: ¿Sabes lo de la cena de Literatura Italiana?
Yo le dije que sí, pero que no pensaba ir.


-O sea, que me vas a dejar sólo con los "italianis" esos... ¡Ya te vale! (Sonrisa pícara)


Ojiplática, le pregunté si de verdad él tenía pensado ir.
Me dijo que por supuesto, pero que no sería igual sin mí, y que si no iba a la cena, me quedaría sin probar las mejores pizzas de toda Valencia. Por lo visto, él ya sabía el sitio donde sería la cena.


¿Qué creéis?
¿Que fui a la cena o que no?


Correcto: fui de cabeza.


Estuve toda la tarde arreglándome: me puse falda (como él me había dicho en su momento) y taconazo, me planché mi rubia cabellera, me maquillé, me perfumé... y salí de casa lista para matar.
Esa noche, Mario caía, sí o sí.




 -------------------------------------------------------Continuará-------------------------------------------------------





21 de enero de 2011

Este blog es mío...

...y escribo en él lo que quiero. Vamos, faltaría más.


 ¿Que a qué viene esto?


Pues esto viene por un comentario que me ha dejado un Anónimo en mi último post y que me ha parecido bastante fuera de lugar. Además, resulta que no es el primer comentario que me dejan en términos bastante similares... de lo cual deduzco que se trata siempre del mismo Anónimo (o Anónima), al cual, por cierto, empiezo a verle claros signos de troll).


Ante todo, debo decir que los comentarios anónimos me incomodan bastante. Me explico: siendo Internet ya de por sí un medio... ¿virtual? Sí, eso, virtual, en el que nadie conoce realmente a nadie y todos somos identidades más o menos anónimas bajo un nick y un avatar... ¿Qué sentido tiene, además, firmar como anónimo? ¿Acaso no nos ofrece Internet ya bastante anonimato?


Me parece absurdo. ¿O es que ese anónimo se cree que por poner un nombre (que puede ser ficticio, repito), voy yo a saber quién es y voy a ir a buscarlo a su casa?


Resumiendo: eso de firmar como anónimo me parece una tontería y una cobardía. Si tienes lo que hay que tener para criticarme sin conocerme, al menos ten también el valor de "dar la cara" (dentro de lo posible, ya que hablamos de relaciones y situaciones totalmente virtuales).


No cuesta tanto poner un nombre. Aunque sea un nick, ya es algo. Pero claro, como Blogger permite firmar anónimamente...


Bueno, el comentario (que he eliminado ipsofactamente) venía a decir algo así: "Si cada vez que tengas una trifulca con tu novio vas a ir a contarlo al blog, das muestras de no haber salido de las faldas de tu madre".


O_O Sí, esa ha sido mi cara al leerlo. Po-po-po-poker face.


Querid@ Anónim@:


Primero: no sé qué relación ves tú entre desahogarse escribiendo en un blog (que para eso sirve, entre otras cosas; máxime si, como es mi caso, se trata de un bitácora personal) y ser una persona inmadura.
Es más: ¿de qué deduces que yo sea inmadura y no haya salido de las faldas de mi mamá? ¿Acaso me conoces para juzgarme así, tan alegremente?


¿Sabes la cantidad de gente que escribe un blog contando su día a día, sus tristezas, sus alegrías, sus miedos, sus inseguridades, sus logros, sus miserias, sus amores y desamores? Millones y millones de personas.


Entonces, según tú, todos los blogueros somos unos inmaduros por contar esas cosas que nos pasan, que nos preocupan, que nos alegran, que nos entristecen... Apúntate un 10, eres un crack de las deducciones lógicas.


Que yo cuente en mi blog que he tenido una discusión con mi novio te hace llegar a la conclusión de que soy una niñata. Muy bien.
Por favor, Anónim@: dime qué curso acelerado de Psicología de CCC estudiaste. (Lo digo para no matricularme yo jamás en el mismo).
Hay que ser simple para hacer una deducción tan torpe.


Segundo: ¿te molesta que cuente MIS problemas amorosos en MI blog? Bien, la solución es fácil: NO ME LEAS.
¿Te obligo yo a leer mi blog?¿ Te pongo una pistola en el pecho para que leas lo que deduzco, para ti son pataletas y tonterías propias de una niñata?
No, ¿verdad? Me lees porque TÚ quieres. Ergo... Ya sabes.


Supongo que eso de que escriba sobre problemas amorosos, te parecerá una tontería propia de una persona inmadura. De una quinceañera, ¿no? Repito: si no te interesa lo que cuento, no me leas.
Porque... ¿de qué quiere el/la Anónim@ "tocapelotas" que escriba? ¿Del Euríbor? ¿Del neocórtex? ¿De la bajada de las pensiones? ¿Del problema del Sáhara Occidental? ¿Del conflicto árabe-israelí? ¿Del efecto invernadero? ¿De la división del átomo? ¿Del genocidio en Ruanda? ¿Del triángulo de las Bermudas?


...¿De la insoportable levedad del ser?


No sé... por poner unos cuantos ejemplos.


Ahora resulta que no voy a poder elegir yo de qué hablo en mi propio blog. ¡El colmo, vamos! ¡Es que me da la risa!
A quien no le guste lo que escribo, cómo escribo, cómo me expreso, qué cuento, etc, ya sabe: que no me lea. No pasa nada. Sobreviviré...
No podemos pretender gustarle a todo el mundo. Eso es algo que aprendí hace tiempo.


Como he dicho antes, he borrado el comentario de la discordia. Sí, lo he hecho.
No voy a tolerar que alguien que no me conoce de nada y que ni siquiera da un nombre, se permita el lujo de meterse conmigo y (pre)juzgarme escudándose en la impunidad que da el anonimato.


A quien le parezca que eso es censura... pues vale. Que cada uno piense lo que quiera.


Defiendo la libertad de expresión... siempre que no se caiga en los prejuicios y las descalificaciones personales.
Como sabéis, no modero comentarios. Pero no me temblará la mano en eliminar automáticamente aquellos que crea que son ofensivos, fuera de lugar, faltones, que me juzguen y/o que me critiquen sólo por el gusto de herir y fastidiar.


Por supuesto, que me encanta recibir vuestros comentarios. Creo firmemente que los comentarios son lo que da vida a un blog.
Y que no me malinterprete nadie: no busco que se me haga la pelota y se me diga: "Gata, eres maravillosísima, me encanta lo que escribes, estoy totalmente de acuerdo contigo, etc etc".


Me gusta el debate, la diversidad de opiniones. Ya he dicho que no se puede pretender gustar a todo el mundo, ni que todo el mundo comparta tu visión de las cosas. Me encantará leer comentarios en los que me déis vuestro punto de vista sobre un tema, aunque sea diametralmente opuesto al mío; que me digáis si os gusta o no mi blog y porqué. O que me digáis que no compartís para nada mi opinión.
Pero no toleraré comentarios del tipo: eres así o asá; deberías hacer esto o lo otro. Ya soy mayorcita para que alguien anónimo y desconocido venga a decirme cómo soy y lo que tengo que hacer. ¡Hombre ya!


No voy a aguantar que alguien entre en mi blog y se meta conmigo, y opine sobre mí, mi forma de ser o de pensar sin conocerme, porque sí, "porque yo lo valgo", porque se aburre y no tiene nada mejor que hacer que crear polémica innecesaria y mal rollo.


Si necesitas descargar adrenalina, vete al gimnasio o haz puenting. O qué se yo... date cabezazos contra la pared hasta que te duela la sesera y se te pase el cabreo.
Y si eres un troll... vuelve al bosque de David el Gnomo con el resto de trolls y deja en paz a la gente que escribimos por puro placer y que no hacemos daño a nadie con ello.


A tod@s l@s demás (afortunadamente la mayoría), ya sabéis... Estáis en vuestra casa y siempre sois bienvenid@s.   ;)






*PD: Ya sé que "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio", y puede que con este post haya entrado al trapo... Pero es que no es la primera ni la segunda vez que pasa. Ya van unas cuantas... Y la paciencia tiene un límite. No podía dejarlo pasar... ¡Y lo a gusto que se queda una después! :D

19 de enero de 2011

Después de la tormenta... llega la calma



Bueno... Ya pasó. Las aguas volvieron a su cauce. Y la verdad es que no fue para tanto.
Como algunos sabréis por mi anterior entrada, el lunes por la mañana, mi chico y yo tuvimos una discusión gorda (después de varios días de tensiones, estrés y pequeñas discusiones por tonterías).


Para los que no leísteis esa entrada, os refresco la memoria: J.J. y yo íbamos a mirar unos muebles y estábamos buscando aparcamiento en el centro de Valencia (situación que podría poner de los nervios al mismísimo Dalai Lama)...


Discutimos, yo salí de su coche pegando portazo y él se fue.


Empecé a dar vueltas de tienda en tienda, y poco a poco, según iba pasando el tiempo y se me iba disipando el enfado, empecé a sentirme culpable, a pensar que quizá no había sido para tanto y me pregunté si no me habría precipitado al salir del coche...


Sí. Una vez más, mi fuerte carácter y mi poca paciencia me habían ganado la mano. Me lamenté por haber sido tan impulsiva, por no haber sabido mantener la calma...
Y empecé a echarle de menos. A desear que apareciera a mi lado como si no hubiera pasado nada.
Yo es que soy así: salto muy rápido... pero luego se me pasa el enfado igual de rápido.


Como no daba señales de vida, le mandé un SMS preguntándole cómo estaba y si seguía mosqueado.


No hubo contestación.


Le hice una perdida.


Tampoco hubo contestación.


Ultra-emparanoiada, le hice otra perdida y le mandé otro SMS preguntándole por qué no me contestaba.


Al fin, me contestó con un SMS diciéndome que no quería hablar conmigo en ese momento, porque sería peor... Y algo así como que la chica que había salido hecha un basilisco de su coche esa mañana no era la misma chica alegre y dulce de la que se había enamorado.


Al leer eso, se me vino el mundo encima. Sí, lo confieso. Me dejó muy mal leer aquello.
E, inevitablemente, empecé a hacerme toda suerte de películas mentales sobre el inminente final de una relación tan bonita y prometedora como la nuestra.
Pensé: Ya no me quiere. Le he decepcionado. C'est fini.


Y no sería descabellado pensarlo: estos días pasados he estado bastante in-so-por-ta-ble. Sobre todo, con él. He tenido frecuentes y repentinos cambios de humor (de estar súper cariñosa a ponerme en plan borde, en sólo cuestión de minutos), y eso a él lo tenía bastante rayado. Y con razón.


No sé por qué me pasa. Pero cuando una situación me estresa y/o me agobia, en vez de intentar mantener la calma y el buen humor, me amargo y me pongo de morros. Además, saco mi lado más cínico y borde. Y salto a la mínima de cambio.
¡Arrrghh, cómo odio esa faceta mía! Mi madre me dice que tengo un "pronto muy jodío"... Y no le falta razón.


Soy perfectamente consciente de que debo corregirlo. En eso estamos, pero me cuesta.


Bueno... volvamos al relato.
A eso de las 3 de la tarde, J.J. me mandó un SMS citándome a las 5 en una cafetería a la que solemos ir... porque "teníamos que hablar".


Mi paranoia se elevó a la enésima potencia, como podréis imaginar. Esto se pone feo, pensé. Aun así le contesté diciéndole que allí estaría sin falta. Todo eso, por SMS.


Llegué a la cita sin saber muy bien cómo acabaría la cosa... y temiéndome lo peor.
Y de hecho, al principio, todo fue algo tenso.


Pero... nada. Era todo fachada. Nos hacíamos un poco los duros y los ofendidos. (Yo también, ¿eh? ¡No iba a ir corriendo a sus brazos!).


El paripé duró unos escasos 5 minutos. Lo justo para empezar a besarnos como unos quinceañeros, a abrazarnos, a reírnos de lo tontos que habíamos sido y a disculparnos el uno con el otro:
Perdóname...
No, perdóname tú a mí.
No, tonto, si he sido yo la que ha perdido los papeles...
Qué va... yo también he dicho tonterías...


A mí se me escapó una lagrimita... Le confesé que por un momento me había temido lo peor.
Y él me abrazó aún más fuerte, me besó y me susurró que eso no pasaría jamás. ¿Cómo iba él a dejar a su niña?


Y así... Bueno, va, que me pongo empalagosa y no es plan.


Resumiendo: que esa misma tarde lo arreglamos todo, como dos personas adultas, civilizadas... y que no pueden vivir la una sin la otra.
No íbamos a dejar que una chorrada lo mandara todo al garete.


De todas formas, lo ocurrido me ha servido para darme cuenta de que debo controlar mi carácter. Debo aprender a ser más paciente... Sobre todo, porque él ya demuesta mucha paciencia conmigo en muchos aspectos. Y es que, como dice Shakira en una canción, "conmigo nada es fácil...".


Pero él no tiene la culpa de mis malos rollos. No merece que le castigue con mis cambios de humor.
Creo que las discusiones de pareja (sin son esporádicas) tienen algo "positivo": pueden contribuir a reforzar el vínculo amoroso, ya que te hacen valorar más lo que tienes y te permiten darte cuenta de tus propios errores, y así poder trabajar por corregirlos, si quieres que la relación funcione.
¡Y luego están las reconciliaciones, que siempre son bonitas!


Pero... como he dicho: sólo si se dan de forma esporádica. Porque cuando se suceden las unas a las  otras, hasta convertirse en la tónica general, entonces, se entra en un círculo vicioso, y esa relación acaba enferma de muerte.
Y ya no hay reconciliaciones que valgan.


Lo sé por experiencia. Anteriormente, tuve una relación en la que las discusiones eran constantes... Y sufrí mucho. Por eso les tengo tanto pánico. Porque sé que, a la larga, acaban con el amor y destruyen la relación.


Afortunadamente, ahora todo es bien distinto. Y no quiero estropearlo.


Dicho esto, sólo quería daros las gracias a todas las que comentásteis en el post anterior por vuestros ánimos, ¡sois un encanto! Me ayudaron mucho vuestras palabras... Y me hicieron reflexionar.
Un beso y gracias.  :)

17 de enero de 2011

Pendiendo de un hilo

No parece que haya empezado demasiado bien este 2011 para mí.


La mudanza al nuevo piso se está dilatando en el tiempo más de lo que yo esperaba (y deseaba). Bueno, no la mudanza en sí, que esa ya se hizo la semana de Reyes. Sino el tener toooodas las cosas necesarias para ponerse a vivir medianamente bien. Y, como ya nos hemos ido del piso de alquiler para no seguir pagando, a JJ y a mí nos ha tocado volver a casa de nuestros padres.


Eso en sí no es malo. Al revés. Yo a mis padres les adoro y con ellos estoy la mar de a gusto. Pero... no sé; después de año y medio independizada, se me hace raro "volver".


De todas formas, ése no es el verdadero problema. Al fin y al cabo, esto es algo temporal, y espero a finales de enero estar ya instalada en mi nuevo hogar.
Bueno... eso si no se va todo al traste definitivamente. A lo mejor no va a ser tan temporal esto de vivir con mis padres.


La verdad es que J.J. y yo llevamos un par de semanas como nunca habíamos tenido.  De malas, quiero decir.


No sé si es el estrés de haber dado un paso tan decivisvo como el de comprarnos un piso juntos...  El caso es que parece que nos han gafado. Estamos discutiendo como nunca lo habíamos hecho. Y no por tonterías como elegir la vajilla, los muebles del dormitorio o el color del que vamos a pintar las paredes.


No. Son discusiones sobre cosas importantes y que tienen que ver con el carácter de ambos. Discusiones de ésas que hacen daño. De ésas que yo ya no recordaba desde que salgo con él.


Y sé que esas discusiones que estamos teniendo útimamente con tanta frecuencia, se deben, en gran parte, a mi mal carácter y a mi falta de paciencia y aguante. Pero es que, cuando una situación me estresa, no puedo evitar estar así. Es algo que me supera. Y es uno de mis (muchos) defectos.


Confieso que últimamente no le doy tregua, que no tengo nada de paciencia con él, que estoy generando un clima de mal rollo que para qué. Que estoy volviendo a caer en los errores que cometí en el pasado, en otras relaciones. Y lo peor de todo es que soy perfectamente consciente de ello y no estoy haciendo nada por evitarlo.


Y sé que le estoy haciendo daño. Que le estoy hiriendo. Y eso es lo que más me destroza.
Porque si sigo así, sé que le voy a perder.


La última: esta mañana. Habíamos quedado para encargar unos muebles. En plena calle Colón, dentro de su coche, mientras buscábamos aparcamiento, hemos empezado a discutir por una tontería.


Yo, muy enfadada y con los humos muy altos, he salido del coche pegando un portazo. Él (enfadado tambíén) ha arrancado y se ha ido.


Me he pasado la mañana dado tumbos como una autómata por las tiendas de hogar y decoración, sin mirar realmente nada. Pensando en él, con un nudo en la garganta,  echándole de menos, mirando compulsivamente el móvil, deseando que me llamara, que me mandara algún mensaje.


Pero nada.


Al final he sido yo la que se ha "rebajado" a escribirle un SMS. Su contestación me ha dejado helada: "No quiero hablar contigo ahora porque sería peor... Esta no es la chica de la que me enamoré. Ya hablaremos".


Y ya está.


Hacía tiempo que no sentía este pesar, esta incertidumbre, esta angustia, esa fragilidad. Él nunca había sido así conmigo. Con él las cosas nunca habían sido así de complicadas. Él siempre ha tenido mucha paciencia conmigo y siempre lo ha hecho todo tan fácil...


Por eso ahora estoy verdaderamente asustada. Puede que haya tensado demasiado la cuerda. Puede que la haya fastidiado de verdad, pensando que, de tanto que me quería, jamás se agotaría su paciencia. Error.


No sé qué pensar... Pero ahora me siento terriblemente mal.


No quiero llamarle para no parecer desesperada y porque no quiero agobiarlo. (Ése fue un error mío muy común en mi relación con mi ex, y no quiero repetirlo, puesto que ya no soy la misma cría de entonces. Una ya ha evolucionado).


Pero me muero de ganas de verle y de abrazarle. Necesito hablar con él y arreglar las cosas. Y sobre todo, necesito saber que esto es sólo una pequeña mala racha y que todo se debe a que andamos todos un poco nerviosos.


Qué pena... Con el fin de semana tan fantástico que habíamos pasado.
Qué mal hemos empezado la semana...


(Está visto que la vida nos da siempre una de cal y otra de arena: después de mi último post tan "empalagoso", hoy me toca escribir en un tono bien distinto. En fin... C'est la vie, supongo).  :´(

5 de enero de 2011

Aquellos mensajes



Anoche, recogiendo trastos para la mudanza, encontré mi antiguo móvil.
Tuve ese móvil en la época en la que empecé a salir con JJ. Y sólo encontrarlo me hizo una ilusión tremenda. Me trajo tantos recuerdos...


-El día en el que Él (¡por fin!) se atrevió a perdirme mi número de teléfono. Y a mí me temblaban las piernas, me aturullé al decirle los números y me entró la risa floja.
(Él, por su parte, también debía de estar nervioso, porque creo recordar que no atinaba con las teclas de su móvil).


-El primer SMS  que me envió (al día siguiente). Recuerdo que iba caminando por la calle cuando lo recibí. Y al ver que era de Él, al ver SU nombre en MI Bandeja de entrada por primera vez, casi se me para el corazón. Fue un subidón increíble.


Era un SMS muy normal, casi de colegas, de amigos... Nada "comprometido".
Pero al leerlo, una gran sonrisa se dibujó en mi cara, y allí permaneció durante todo el día... Y varios días más. La vida era sencillamente maravillosa. Él estaba pensando en mí.


-A aquel SMS le siguió uno mío de respuesta, en el mismo tono informal que él.
En seguida llegó otro SMS suyo: "...Por cierto: cuándo me vas a invitar a ese café? Me muero de ganas de verte".


Lo demás ya vino solo:


-Aquella primera cita en la que al final no hubo café, pero sí zumo de frutas, un concierto, varias horas de conversación y nuestro primer beso.


-Aquellas primeras llamadas tímidas, llenas de nerviosismo, de risitas histéricas por mi parte, de no saber muy bien qué decir, de notar cómo el corazón se nos aceleraba cuando oíamos la voz del otro al otro lado del teléfono.


-Aquellas otras llamadas interminables a altas horas de la noche, cuando ya teníamos más confianza. Aquellas palabras de amor susurradas al teléfono; aquellos "te quiero", aquellas despedidas que no acababan nunca, porque no queríamos colgar nunca.


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Al encontrar el móvil, sentí también una gran curiosidad. ¿Seguirían allí los SMS después de todo este tiempo?


Enchufé el móvil al cargador, esperé 10 minutos a que se cargara un poco la batería, lo encendí, fui a la Bandeja de entrada... y ¡allí estaban!
El primer SMS que me envió. Y el segundo. Con fecha y hora exactas.


Y luego todos los demás.
Mensajes llenos de romanticismo, de sensualidad, de ternura, de deseo... Mensajes que ya ni recordaba y que parecían ser capítulos breves de una parte de nuesta historia.
Como dormidos en un profundo sueño, esperando a ser despertados y leídos una vez más.


Aquella época fue mágica, sin duda.


Sin embargo, no echo de menos aquellos días. Al menos, no hasta el punto de sentirme trisite al comparar el hoy con el ayer.


Y es que... hoy soy tan feliz como lo era entonces, aunque las circunstancias sean diferentes. Aunque convivamos bajo el mismo techo y nos conozcamos mucho más. Aunque digan que la convivencia deteriora las relaciones. Yo sigo enamorada como una adolescente.


Y es que, casi dos años y medio después de aquellos mensajes, las mariposas me siguen aleteando en el estómago cada vez que le veo, cada vez que oigo su voz. Cada vez que aspiro su aroma. Cada vez que siento su cuerpo cerca del mío.


A pesar del paso del tiempo, cada vez estoy más segura de que aquel chico que me pidió mi número de teléfono con voz temblorosa, estaba destinado a ser el gran amor de mi vida.
La persona con la que quiero compartir mis días y mis noches.

HELLO!

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