27 de enero de 2011
Castillos en el aire (2ª parte)
Iba en el autobús camino del restaurante italiano donde Mario me había dicho que sería la cena. Estaba nerviosa. Mucho. Algo me decía que aquella noche sería especial. Tenía un presentimiento...
Llegaba un poco tarde, pero afortunadamente, encontré pronto el sitio.
Vislumbré a Mario desde lejos: estaba en la puerta esperándome (yo ya le había confirmado que iría finalmente) y me saludó alzando el brazo. Estaba solo. El resto de compañeros estaban ya dentro del restaurante.
Me hizo mucha ilusión verlo en la puerta esperándome. Fue un buen presagio.
Me acerqué lentamente... Y lo miré bien: iba gua-pí-si-mo: vaqueros oscuros, camisa blanca por fuera del pantalón, cazadora oscura y deportivas negras de Massimo Dutti (o de ese estilo).
-¡Por fiiiiin! Ya pensaba que no vendrías... Venga, que te estamos esperando-. Me dijo con la más encantadora y espectacular de sus sonrisas y mirándome de arriba abajo con gesto de aprobación. (Sí, se le salían los ojillos al mirarme, cosa que me dio ánimos).
Nos dimos dos besos protocolarios.
Uffff... llevaba una colonia de ésas capaces de poner a 100 a cualquier mujer que se cruzara con él. Conmigo, desde luego, lo consiguió.
Entramos en el restaurante. Era el típico italiano: mesas con manteles de cuadros rojos y blancos, ambiente acogedor, música italiana, decoración rústica, una reproducción del David de Miguel Ángel en miniatura, y en las paredes, cuadros con vistas de Florencia y Venecia.
Mario y yo nos sentamos en la mesa juntos, as usual. Éramos unas 10 personas, a las que luego se sumaron otras 4 o 5 más que llegaron poco después. Llegó el momento de pedir: yo me decanté por una pizza Capricciosa pequeña, mientras que Mario pidió una Cuatro Estaciones mediana. Y empezamos a cenar.
La verdad es que lo pasé bastante bien en la cena. Ya no sólo por Mario, sino porque conocí a algunos compañeros de Literatura Italiana con los que no había cruzado ni una palabra, y que luego resultaron ser majísimos. De todas formas... aquella noche yo sólo tenía ojos para Mario.
Me lo comía con la mirada, no podía dejar de mirarlo y de reírme como una bobona con cada tontería que decía. Y es que, esa noche el chico estaba especialmente ocurrente.
En aquel momento, para mí, no podía haber un hombre más guapo y fascinante sobre la faz de la Tierra que él.
Entonces ocurrió algo que me desconcertó: Mario tenía el móvil encima de la mesa todo el tiempo. En un momento dado, el aparatito empezó a vibrar. Él lo cogió, miró la pantalla y rechazó la llamada con una mezcla de extrañeza y fastidio. Inmediatamente, se levantó y diciendo "enseguida vuelvo", se dirigió rápidamente a los aseos.
Por supuesto, iba a devolverle la llamada a la persona que le había llamado hacía unos instantes. Estaba claro que no quería que los demás escucháramos la conversación.
En ese momento, tuve claro que estaba llamando a su novia. No podía tener otra explicación.
Me dio un bajón increíble.
Aun así, decidí hacer como si nada, y, cuando regresó 5 minutos después, no hice alusión alguna a la llamada. Al fin y al cabo... yo no debía meterme donde no me llamaban, ¿no?
El resto de la cena transcurrió tranquila, aunque yo ya no estaba de mucho humor que digamos. Él, a pesar de mis intentos por disimular, me notó rara, mosqueada.
Al acabar la cena, algunos decidieron irse a su casa. Era jueves y muchos tenían clase al día siguiente, temprano. No era mi caso, pero yo dije que estaba cansada y que me iba también. Entonces Mario, con otra de sus encantadoras sonrisas, me pidió que me quedara un ratito más: "Nos tomamos una última copa y después te acerco en mi coche, ¿vale?".
Acepté. No sé por qué, pero lo hice. Ese chico tenía el poder de anular mi voluntad.
Así pues, todo el grupito nos dirigimos a la zona de Facultades, llena de pubs y de marcha: era jueves universitario.
Decidimos entrar en un local que no estaba demasiado lleno de gente y que, además, tenía una zona más recóndita con mesitas y sofás. El ambiente no podía ser más apropiado para un momento de intimidad: semi-oscuridad, musiquita no muy alta, cómodos sofás... Me latía el corazón a lo bestia. Sobre todo, cuando Mario me cogió del brazo para hacerme entrar en el pub. Entonces pensé que, quizá, me había precipitado y equivocado en mis conclusiones, y que no era su novia la de la llamada...
La verdad es que estaba muy rayada con todo aquello y ya no sabía qué pensar. Así que, al final me dije: "Deja de comerte ya la cabeza. Carpe Diem. Déjate llevar..."
Y me dejé llevar por Mario al interior del pub.
Después de tomarnos un cubata y bailotear 3 canciones, (tiempo suficiente para constatar que el baile no era su fuerte), decidimos pedir otra copa y sentarnos en uno de los sofás del fondo. Aquello se ponía al rojo vivo...
Nos separamos del grupo. A esas alturas, el lambrusco de la cena y el cubata que me había tomado ya, se me habían subido a la cabeza y me habían puesto más tontorrona si cabe... Yo estaba ya como flotando en una nube y dispuesta a tirarme a su cuello de un momento a otro. Ya me daba todo igual.
Sobre todo, cuando en un momento dado, él acercó su cara a la mía y me miró muy fijamente. Un escalofrío recorrió toda mi espalda...
Entonces, con su ronca y susurrante voz me confesó que había decidido ir a la cena a partir del momento en que le confirmé que yo sí iría. Y, acercándose aún más, de forma que podía sentir su cálido aliento, añadió que estaba guapísima esa noche y que no podía dejar de mirarme.
Ohhhh-my-GOD!! Aquello ya era demasiado para mí... Iba a besarle, la suerte estaba echada.
...Cuando, de repente, le volvió a sonar el p**o móvil.
WTF?????
Él rechazó la llamada y se guardó de nuevo el móvil en el bolsillo del pantalón con nerviosismo.
Intentó hacer como si nada, pero yo ya no pude ni quise dejarlo pasar, así que le pregunté, poniendo carita de inocente:
G: Mario, ¿pasa algo?
M: ¿Por qué?- Contestó él, haciéndose el extrañado. (Qué cara más dura)
G: Porque te acaban de llamar y has rechazado la llamada. Y antes, durante la cena, también, y te has ido a los aseos para poder hablar. ¿Ocurre algo? ¿Puedo saber quién era?
M: Pues...
(Silencio incómodo)
G: (Taladrándole con la mirada) ¿Tu novia, quizás?
M: (Pálido) B-b-bueno, no exactamente. En realidad... era mi ex. Es que es largo de contar...
G: Tranquilo, tengo tiempo, acabo de empezar el cubata. Venga, cuenta...
Entonces, no sin una cierta resistencia por su parte, me contó lo que me tenía que haber contado mucho antes de que llegáramos a esa situación. A saber: que tenía novia en su pueblo, una localidad que está a unos 20 kilómetros al norte de Valencia. Pero la cosa entre ellos no iba bien desde hacía meses, y habían decidido darse eso que, eufemísticamente, algunos llaman "tiempo de reflexión".
Según me dijo, Marta, que así se llamaba la ex, era muy celosa y posesiva, y bastante paranoica. Y él estaba muy agobiado y desencantado. Hasta el punto de que fue él quien había decidido cortar, al menos, durante un tiempo indefinido. Pero ella le seguía llamando constantemente, le hacía chantaje emocional, montaba escenitas por teléfono y Mario ya estaba bastante harto.
La historia me sonó muy típica, (novia celosa, absorbente y obsesiva-chico agobiado que necesita tiempo y espacio...), pero aun así, le creí.
Entonces le pregunté si había posibilidad de reconciliación con Marta, a lo que él contestó que, si bien no había dejado de quererla, la relación estaba ya muy deteriorada, y ya no estaba seguro de seguir enamorado de ella. Veía muy difícil una reconciliación.
Y añadió que haberme conocido, le había hecho replantearse muchas cosas, y que le habían surgido muchas dudas... porque yo había empezado a gustarle.
Toma ya.
Oir aquello, lejos de alegrarme, me hundió todavía más. Sin comerlo ni beberlo, me encontraba en medio de una relación que parecía rota, pero... yo no las tenía todas conmigo. ¿Y si volvían? ¿Qué papel jugaba yo en todo aquel sarao?
Además, la ruptura, de producirse finalmente, sería muy reciente. Me parecía demasiado prematuro y oportunista comenzar una relación con un chico que acaba de salir de otra relación, además, tormentosa.
Y ¿quién me aseguraba que él no quería más que un rollo de una (o varias) noches conmigo y después, si te he visto no me acuerdo? ¿Quién me decía que no me iba a utilizar como "entretenimiento" mientras deshojaba la margarita y decidía si volvía o no con ella?
Mario me gustaba, cierto, pero no hasta el punto de aceptar el papel de "clavo que saca otro clavo", o peor aún: kleenex de usar y tirar. Así que, cuando acabó su relato, apuré mi copa y le dije que me iba a casa, que estaba cansada y algo mareada. Lo cual era cierto, además de hecha polvo anímicamente. Nos despedimos de los compañeros que quedaron en el pub y Mario me dijo que me llevaba en su coche.
-Gracias, pero mejor cojo un taxi- Le contesté.
Volvió a insistir. Yo volví a declinar amablemente la invitación. Finalmente, aceptó, aunque con cierto fastidio.
Fui a parar un taxi. Y fue entonces, al ir a despedirnos, cuando sucedió.
Me besó.
Yo iba a darle dos besos en la mejilla... Pero él, muy astutamente, se adelantó y me dio un beso en la boca.
Fue embarazoso... ¡Había deseado tanto tiempo que llegara ese momento! Y ahora que, al fin, había sucedido... no sé, me sentía extraña por las circunstancias que rodeaban todo aquello. Aun así, al César lo que es del César: me gustó. Mario besaba francamente bien. Mejor de lo que yo imaginaba.
Pero yo, después de todo lo que me había contado, ya no sabía qué pensar, qué hacer, ni qué decir. Todo era muy extraño, muy surrealista. ¿Qué era yo para él? ¿Un simple capricho? ¿Una conquista de la que fardar con sus amigos? ¿Un rollete con el que consolar las penas de su mala situación de pareja? Me negaba rotundamente a ser cualquiera de esas cosas.
Antes de subir al taxi, Mario me dijo: -¿Me vas a dejar así?
-¿Así, cómo?- Le dije, extrañada.
-Pues así, con la duda... Yo me he sincerado contigo y tú no has dicho nada. ¿Tengo alguna posibilidad?
Le contesté que yo era libre, que el problema lo tenía él, no yo. Y que, hasta que no resolviera lo suyo, hasta que no se aclarara él y no aclarara su situación, no podía darle ninguna respuesta. La pelota estaba en su tejado.
Entonces me dijo:
-Te llamaré...
Asentí con la cabeza, le dije adiós, subí al taxi y me fui.
Miré hacia atrás, y vi a Mario, de pie, en la acera, mientras yo me alejaba, y él se iba haciendo cada vez más y más pequeño, hasta desaparecer de mi vista.
Como una metáfora de lo que sería mi historia con él.
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(¡Muahahahaaaaaaa, pero qué mala soy! ;) )
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Otra vez nos dejas con la intriga!! La verdad es que tuviste un par de narices para irte esa noche, sobre todo porque cuando eres tan joven es más fácil callar a la voz de la conciencia... A ver ese desenlace!! Un beso :)
ResponderEliminarme encanta la manera en que escribes! no puedo esperar para ver como termina esta historia!
ResponderEliminarMmmmmm, el fantasma de la ex planeando.... no sé no sé... a ver en que acabó la cosa...
ResponderEliminarBesos, y escribe leñe! ;P
a mi tambien me gusta como escribes! q interesante!!
ResponderEliminarJoooooo... que historia tan interesante!
ResponderEliminaral menos no te quedaste sin beso, que yo ya me lo estaba temiendo :(
a ver como continúa... jejeje
besitossss
Queremos másssss!!! Nos tienes intrigadísim@s!!!
ResponderEliminarBesos Gata!
apufffffff sigues siendo mala jaja un beso
ResponderEliminarNuria-Yacky
pd. no le volviste a ver?
Apuf. Qué historias tan complicadas... lo de que la gente se asegure una novia nueva antes de dejar definitivamente a la anterior da mal rollo :( Pero a ver quién se resiste... a ver si la historia sale bien (y nos la cuentas).
ResponderEliminarno conocía tu blog pero me has creado una intriga!! jajaja, ya tengo ganas de saber qué ha pasado al final, te sigo =)
ResponderEliminarRachel
thesweetday.blogspot.com
Como se nota que eres periodista! en lo mejor nos pasas a publicidad, ainsss.
ResponderEliminarBueno, casi he acertado, la novia no fue a la cena pero existe. Mi segunda predicción es que Mario pasa de ser un action-man a un chucky mentiroso juas juas!
Muaks
Ay, Gata, me traes recuerdos de amores pasados. Qué complicado es esto del amor. Ainsss....
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