Como muchos de los que me seguís habitualmente ya sabréis (y si no, lo digo ahora), la que aquí suscribe es hija única.
Una condición que suele ser un tanto impopular entre el resto de gente (es decir, los que tenéis hermanos). Y es que, con frecuencia, a los hijos únicos se nos tacha de mimados y consentidos en exceso, que nuestros padres nos malcrían y que nos conceden todo tipo de caprichos. Además de que somos egoístas, avariciosos y que no nos gusta compartir.
Claro, todo ha sido siempre para nosotros, no hemos tenido que compartir juguetes ni ropa con hermanos, todas las atenciones han sido para nosotros, etc.
Y la verdad es que, como hija única, esa creencia o falso mito es algo que me jode especialmente. Primero, porque el hecho de no tener hermanos no es una decisión nuestra. No es algo que dependa de nosotros, ni que nosotros podamos cambiar. Es una decisión de nuestros padres. (Acertada o no, eso ya lo dirá el tiempo). Y a veces, ni eso. En ocasiones, sucede que ese segundo hijo deseado y buscado por ambos miembros de la pareja, no llega por la razón que sea.
Y segundo, creo que meter a todos los hijos únicos en el mismo saco de "niñatos egoístas y consentidos" es un tanto erróneo y precipitado. Claro que hay hijos únicos insufribles, pero también los hay entre gente que tiene 5 hermanos. Todo depende de la crianza que te hayan dado tus padres, y de los valores que te hayan inculcado.
A mí, los míos me educaron en la importancia de esforzarse, trabajar, currarse las cosas... Que si quieres algo, tienes que luchar por ello. Y que hay que ser generosos y agradecidos.
Por otro lado, no fui la típica hija única de padres ricachones que le dan todo tipo de caprichos a su niña.
Mis padres son trabajadores del sector público, con sueldos modestos (y congelados), así que no fui una niña de papá. Siempre tuve muy claro que el dinero no cae del cielo, que en mi casa no sobraba y que no se podía gastar en cosas superfluas.
Ojo: nunca me faltó nada de lo verdaderamente importante: amor, cuidados y educación.
...Y también tuve muchos juguetes. Pero no más que el resto de niñas de mi edad y clase social.
Mis padres, dentro de sus posibilidades, se esforzaron por darme todo aquello que yo pudiera necesitar, y que fuera bueno para mí. En eso, jamás escatimaron. Y por supuesto que me consintieron algún que otro capricho, pero no como algo habitual. Y siempre solía ser a modo de premio por sacar buenas notas o por haberme portado bien.
Y hoy puedo afirmar que sí, que soy hija única, pero que tengo poco o nada que ver con esa idea (errónea, repito) que mucha gente tiene de los hijos únicos como esos seres aborrecibles, mimados, que sólo saben mirarse el ombligo y que son incapaces de ponerse en la piel del prójimo.
Y es verdad que los hijos únicos nos llevamos toda la atención de nuestros padres y que todo es para nosotros.Todo. Lo bueno... y también lo malo. Las riñas y los castigos también son siempre para nosotros. No hay nadie más a quien echarle la culpa si hemos hecho alguna trastada. No podemos escurrir el bulto.
Eso, de niños.
De adolescentes, el control y el exceso de celo de nuestros padres (adónde vas, con quién, a qué hora volverás...), nos lo llevamos también en exclusiva. No hay otros hijos en los que diversificar la atención y la preocupación, así que se centran en nosotros.
*A los que tenéis hermanos: si vuestros padres os parecieron "brasas" cuando erais adolescentes, porque estaban siempre controlándoos y preguntándoos, y porque se pasaban el día diciéndoos que ordenarais la habitación y que estudiarais, imaginad si sólo os hubieran tenido a vosotros.
Brasa elevada a la máxima potencia. ¿A que ya no mola tanto ser hijo único?
Y luego, cuando nuestros padres se hagan mayores y necesiten cuidados especiales, los hijos únicos deberemos afrontarlo en solitario. Toda la responsabilidad es nuestra. No tenemos hermanos que nos ayuden a cuidar y atender a nuestros padres ancianos.
En fin, que como todo, ser hijo único tiene sus pros y sus contras. Y es una situación que, de alguna manera, imprime carácter. Creo que los hijos únicos, en general, maduramos antes que el resto, contrariamente a lo que pueda parecer en un principio.
La razón es que crecemos rodeados de adultos.
En mí, además, se da el curioso caso de que, por parte de madre, soy también sobrina y nieta única. Y por parte de padre, tengo 3 primos hermanos, pero viven a 400 kilómetros y me llevan entre 10 y 14 años. Así que poco pude jugar con ellos de niña.
Podríais pensar que fui una niña solitaria y triste, que vivió el ser hija única como un drama.
Pues no. Tenía mis amigos del cole, del barrio, del pueblo donde veraneaba... Y luego, ya más mayor, hice también amistades en el instituto y en la Facultad.
Además, tengo la gran suerte de tener una madre que es un ser excepcional, a la que he estado muy unida desde muy pequeñita. Desde siempre hemos tenido una gran conexión y afinidad. Ella es la persona a la que más quiero y la persona que mejor me conoce y comprende. La quiero, admiro y confío plenamente en ella. Para mí, mi madre es mi mejor amiga, aunque haya gente que no crea en la amistad madres-hija. Yo, sí.
Y luego está mi padre, con quien no tengo esa conexión (de hecho tenemos muchos puntos en los que chocamos), pero no puedo dejar de reconocer que es una persona entrañable y con un gran corazón. Que, a pesar de sus problemas de salud, siempre ha estado ahí.
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Aun así... Claro que he echado de menos a ese hermano (o hermanos) que nunca tuve. Claro que me hubiera gustado tener hermanos. Y mentiría como una bellaca si dijera lo contrario.
Saber qué se siente en determinados momentos, en determinadas situaciones que yo no he vivido (o he vivido, pero en solitario), ni jamás viviré.
Como ese primer día en que ves a tu madre con un bebé en brazos, y te lo enseña y te dice que es tu hermanito, y que ahora tienes que cuidarlo, y quererlo mucho. Y tú te sientes extraña, porque intuyes que a partir de ahora todo será diferente.
O al revés: crecer ya con esa figura del hermano mayor, que por un lado te "putea" un poco, pero por el otro, te cuida y te protege.
Y ver cómo, entre peleas y juegos vais creciendo juntos...
Que llegue el día de Reyes y vayáis juntos al comedor a ver qué os han dejado. Y ver reflejada en la carita de tu hermano (o hermana) la misma ilusión que estás sintiendo tú.
O que lleguen las vacaciones de verano, y vayáis los dos (o los tres...) en el asiento trasero del coche, dando la brasa y preguntando cada dos por tres cuánto queda para llegar. Y como os aburrís un montón, empezáis a jugar al Veo-Veo, o a cantar la canción del elefante que se balanceaba sobre la tela de una araña. Y acabar peleando y montando tal guirigay que vuestra madre se gire y os eche tal bronca que ya no volváis a abrir la boca hasta que no llegáis a Jaén.
Y si en el cole, hay dos gilipollas que te están haciendo la vida imposible, ahí está tu hermano mayor para protegerte. Y si eres tú el mayor y te enteras de que tu hermano pequeño está pasándolo mal por unos indeseables, no dudas en ir a partirles la cara. (Aunque al final sólo les digas cuatro cosas).
Y aprender a guardar secretos a partir de la ley del chantaje mutuo: "Como le digas a los papás esto, yo les diré lo otro". (Típico, ¿no?...)
Y compartir la habitación con tu hermano o hermana. Algo que en un principio te parece el colmo de lo injusto. Tú quieres una habitación para ti solo. Además, (si eres el mayor) tú estabas antes.
Pero luego... si una noche de tormenta estás cagado de miedo con los truenos, mola tener a tu hermano ahí durmiendo a tu lado. Al menos, no estás solo...
Y un día, como ya no sois tan niños, tu herman@ se va a una habitación individual, y tú recuperas la tuya. Pero ahora resulta que le echas de menos. Y las primeras noches acabáis siempre los dos en la misma habitación charlando hasta que os caéis de sueño.
Y llegar a la adolescencia y tener una hermana mayor a la que contarle confidencias y preguntarle dudas femeninas. (Y cogerle ropa a escondidas...).
O un hermano al que preguntarle sobre psicología masculina. "Fulatino me ha dicho esto. ¿Eso es que le gusto?"
Y que pasen los años, os hagáis mayores... Pero siempre esté ahí esa persona con quien creciste, con quien peleaste miles de veces y reíste un millón; a quien protegiste ante unos chicos mayores que se metían con él; que te dio aquel consejo en materia amorosa; que te hizo rabiar; que fue tu paño de lágrimas; que no se chivó a vuestros padres de aquella borrachera que pillaste; que pasó la varicela a la vez que tú; que te rompió aquel juguete que tanto te gustaba; que te presentó a su pandilla cuando tú aún no tenías ninguna; que te ganaba siempre al Monopoly; que te ayudó tanto aquella vez...
Esa persona que te acompañó en tantos momentos importantes de tu vida, momentos alegres y tristes, y a la que nunca podrás dejar de querer, a pesar de todo.
Un hermano.
Un hermano... Que yo nunca tuve.
*Bueno, yo ya he contado mi experiencia, pero ahora, me gustaría que me contarais vosotros...
Los hijos únicos: ¿cómo vivís eso de no haber tenido hermanos? ¿Os sentisteis solos en vuestra infancia? ¿Echáis de menos la figura del hermano? ¿Estáis de acuerdo con esa creencia popular de que somos más egoístas y consentidos que el resto? ¿Qué es lo mejor y lo peor de ser hijo único? Si podéis elegir... ¿tendríais un hijo único?
¡Gracias! :)
**Por cierto: no soy la única que opina así de los hijos únicos....
http://www.elbloginfantil.com/hijos-unico-no-necesariamente-tienen-ser-caprichosos.html