22 de mayo de 2010

Nostalgia teppanyaki


Anoche, mi novio y yo salimos a cenar a un restaurante de comida asiática que nos gusta mucho. Ese local, además, tiene para nosotros un cierto valor simbólico, porque fue uno de los primeros lugares donde fuimos a cenar, a las pocas semanas de empezar a salir.

El caso es que hacía ya tiempo que no íbamos y anoche decidimos volver (a la mierda la dieta :P).

Como de costumbre, nos sentamos en las sillas que hay alrededor de la enorme plancha (teppan) que hay en este tipo de resturantes, donde un japonés (bueno, no sé si es japonés, chino, vietnamita o qué) prepara diferentes platos: pollo a la teppanyaki, arroz cantonés, pato laqueado, etc .

La verdad es que el tío es todo un espectáculo: trocea los ingredientes a una velocidad de vértigo, los va colocando sobre la plancha y luego les añade los diferentes condimentos y salsas haciendo malabares con los botes de salsa de soja, de salsa agridulce, la pimienta, el sésamo,... ¡Vamos, ni Tom Cruise en Cocktail lo haría tan rápido!

Lo dicho, un espectáculo.

Así, mientras cenas, estás entretenido. Eso sí, el problema que tiene eso de cenar frente al teppan es que sales del local con un olor a fritanga que echa p'atrás, pero bueno...

Por eso, en estos restaurantes también hay mesas alejadas de la plancha. Para quien quiera cenar sin impregnarse del olor a comida. Aunque a nosotros siempre nos gusta cenar viendo al cocinero malabarista. Nos divierte.

Bueno, pues anoche pedimos dos menús degustación (¿he dicho ya que a la mierda la dieta? Pues eso). No entiendo cómo los orientales pueden estar tan delgados. Si comen la misma cantidad que nos sirven a nosotros... ¡Es imposible! Yo creo que ellos sólo se toman la ensalada de algas y el sushi.
En fin, que nos pusimos las botas. ¡Estaba todo tan bueno! La sopa de miso, el arroz, los rollitos vietnamitas, la ensalada de algas y sésamo, el solomillo teppanyaki, el pollo agridulce, la verdura con tempura, el sushi y el sashimi... Mmmmhhhhhh.

Mientras degustaba todas esas deliciosas especialidades asiáticas gentilmente preparadas por el malabarista, no podía evitar recordar la primera vez que fui a ese mismo sitio en compañía de mi novio.
Entre una noche y otra, habían transcurrido casi dos años.

Y, obviamente, las cosas han cambiado en este tiempo.

Yo misma me recuerdo entonces algo tímida, intentando resultar interesante durante la cena, parecer fina y educada, pedir lo más ligero, etc....  Y él, pues más o menos lo mismo. Lo típico cuando estás empezando a conocer a alguien que te gusta y quieres causarle una buena impresión.

Ahora, después de casi dos años de relación (uno de ellos de convivencia), estas tonterías ya no tienen sentido. Ahora nos mostramos tal como somos, sin máscaras ni corsés. 

Aun así, anoche, mientras cenábamos, le miraba intentando coger las gambas con los palillos chinos para acabar rindiéndose y optar por el tradicional tenedor (los palillos siempre se le resisten) y me parecía como si no hubiera pasado el tiempo. Tenía esa misma sensación de emoción, esa ilusión de las primeras veces.
No sentía añoranza de aquellos primeros meses juntos, en los que todo era nuevo y empezábamos  a conocernos y a querernos.

Me explico: me pasó en anteriores relaciones que, con el paso del tiempo, acababa añorando esa ilusión del principio. Conforme iban pasando los meses y la rutina se iba instalando en la relación, recordaba con tristeza y nostalgia los primeros meses. Y eso me hacía aún más infeliz, porque sabía que no se podía dar marcha atrás. No sé si también a vosotros os ha pasado esto alguna vez.

El caso es que ahora, ya no me ocurre. Quizá sea porque he madurado y he aprendido a disfrutar del presente. Pero anoche, al volver a ese mismo lugar que tantos y tan buenos recuerdos me traía, me sentía feliz, y no caí en la tentación de evocar aquella época.

He aprendido que el paso del tiempo no tiene por qué ser un enemigo. Al revés, puede ser un gran aliado. Y que echar de menos lo que ya pasó es absurdo, porque nos impide ser felices en el presente. Hay que disfrutar cada etapa de la relación.

Cuando acabamos de cenar, la simpática camarera nos dijo si queríamos postre. Nosotros nos miramos con complicidad y él contestó: "No, gracias. Tráiganos la cuenta, por favor".

Al salir del restaurante (con la ropa y el pelo impregnados de olor a arroz 3 delicias, por supuesto), él me cogió por la cintura y me susurró al oído: El "postre" mejor nos lo tomamos en casa...



5 comentarios:

  1. ¿Cómo que su novio y usted salieron a cenar? Se me acaba de romper el corazón en mil pedazos... ¡¡¡tiene usted novio!!!
    Siempre suyo
    Un completo gilipollas

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  2. Me alegra que te vaya tan bien, y que justo anoche te dieras cuenta que aún no habéis perdido esa ilusión que se tiene cuando empieza una relación.

    ¡Que entrada más romántica y dulce nos has dejado hoy! :D:D:D Aunque si que es verdad lo del olor ehh!! Me llega hasta aquí, y eso que ya hace unas 24 horas jajaja!!

    Un besito!

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  3. Estimadísimo Sr. CG: sí, es cierto tengo novio... pero no se preocupe! Él no es celoso, jajjaja
    Así que eso no cambia nada. Podemos seguir como antes, si a Ud no le molesta. Yo no veo problema en ello ;)

    Suya afectuosísima,
    La gata

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  4. Gata negra!! Me alegra verte de nuevo por aquí... sí, ya sé que has tenido problemillas con el PC.
    Pues sí, ya ves, anoche, entre sushi, sashimi y teriyakki, me sentía tan enamorada como el primer día. No, más aún!

    Estuvo muy bien.

    Besitos!!!! Y gracias por seguir pasado por aquí. ;)

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  5. Cada fase de una relación tiene su gracia: esa ilusión del principio... y como luego nace esa complicidad que da el tiempo. El caso es saber mantener de un modo u otro ese encanto.

    Que bien pinta esa cena!

    Besos.

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